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Testimonios urbanos de antaño: Un barrio en Goicoechea

Manuel Emilio Morales, periodista
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Tercer y último artículo: Dos historias llaman la atención a lo largo de la existencia del Reviens. Lo ocurrido en la plaza de Juan Viñas, en donde fuimos invitados a jugar contra el conjunto local, invicto, en aquel entonces, durante los dos últimos años. 
Luego de los primeros 45 minutos, ganábamos 2-0, situación que no hacía muy felices ni a los adversarios ni a los asistentes al encuentro que, por cierto, rodeaban completamente el terreno de juego. Inició el segundo tiempo y continuamos dominando las acciones. Vinieron dos nuevos goles a nuestro favor y uno de los contrincantes, pero el tiempo empezó a acabarse, la derrota de los azucareros estaba escrita y el trago era amargo. 
Un saque de banda pocos minutos antes de finalizar fue la acción que prendió la mecha. Un compañero nuestro fue agredido, lo que provocó que los pocos vecinos, quienes nos acompañaban, se lanzaran en su protección, lo mismo que algunos de nosotros. 
Aquello fue Troya, ya que la escaramuza se extendió por todo el campo de juego y en donde intervinimos todos. Obviamente, estábamos en clara desventaja por lo que no hubo más salida que refugiarnos en el autobús de la excursión y trasladarnos de inmediato hasta Turrialba, donde en el río del mismo nombre terminamos bañándonos. 
La tensión había subido a tal punto que tuvimos que permanecer en aquella ciudad hasta horas avanzadas de la tarde con el fin de pasar por Juan Viñas cuando la noche empezaba a caer. Teníamos temor de alguna revancha, situación que afortunadamente no sucedió. Esta fue la última vez que jugamos en ese hermoso cantón cartaginés. 
La otra anécdota fue la invitación que recibimos para jugar un encuentro como parte de las celebraciones patronales en Cartagena, Guanacaste. 
La llamada Iglesia de ladrillo
La amabilidad de los anfitriones fue extraordinaria desde nuestra llegada. Atenciones para más no haber. La noche del sábado fuimos los invitados especiales al baile de coronación de la reina de las festividades, una actividad que parecía no tener fin y, lógicamente, los ojos de los organizadores estaban puestos en los integrantes del equipo visitante, mientras nosotros nos sentíamos particularmente halagados. 
La fiesta concluyó cerca de las dos de la mañana, con todo lo que aquello implicaba para enfrentar un partido el día siguiente al mediodía. Debo anotar que hubo algunos excesos en cuanto al cortejo de las hermosas guanacastecas, comidas y bebidas. 
El domingo a las siete de la mañana estábamos en pie desayunando. Los efectos de una noche de fuerte bohemia afectaron a más de uno, lo que preocupaba por el compromiso que nos esperaba. Mucha agua y para algunos un par de horas más de sueño fue la receta. 
A las doce mediodía, cuando el sol caía casi perpendicularmente en la pampa, arrancó el partido a plaza llena. Pasados los primeros 15 minutos nos dimos cuenta de la desventaja en la que estábamos. Los integrantes del once opositor corrían y mantenían gran vitalidad, no hay duda, estaban en su patio y con las ventajas del tiempo a su favor. Mientras tanto, nosotros tratábamos, a duras penas, de evitar que nos marcaran goles. 
El encuentro se fue equilibrando y, pese a la presión contraria, logramos realizar un encuentro digno e inteligente. La poca brisa y el sol cada vez más quemante, aunado a que llevábamos pocos compañeros para realizar sustituciones, nos obligaban a un esfuerzo extraordinario que nos llevó hasta el pitazo final con un merecido empate. 
En esta ocasión, justo es decirlo, la amabilidad y el cariño de los guanacastecos siempre estuvo presente. 
De regreso a nuestro barrio, conviene destacar que la vida se desarrollaba dentro de una mezcla de familiaridad y de solidaridad. El problema de uno era el de todos. Momentos difíciles que experimentamos así lo ratifican. El grave accidente y fallecimiento de Rosemarie Sagot, el atropello de Claudio Ulloa y la muerte de seres queridos nos unían como una sola familia. 
Aquí recuerdo, también, una hermosa costumbre que muy regularmente aplicaban doña Socorro Valverde, doña Carmen Poltronieri y mi madre doña Rosa. Cada vez que cocinaban alguna comida que consideraban exquisita se intercambiaban “un gallito”. Asimismo, compartían remedios y alguna que otra receta y secreto culinario.
Asilo Carlos María Ulloa
Los rezos del Niño fue otra de las tradiciones que siempre cultivaron nuestras familias. A partir de febrero arrancaban, que, para nosotros, niños y aun adolescentes, se convertían en una cita automática. La mayoría era cantado, por lo que cuando los rezadores y los asistentes empezaban con el “ora pro nobis”, nosotros nos alegrábamos porque estaba a punto de finalizar y empezaría la repartición de galletas, confites, refrescos, gallos, pasteles, helados y, para los grandes, cigarros, café, aguadulce, rompope y algunas bebidas más fuertes. 
Las pozas la Crista, el Polvito, la Selva y el Raicero, todas en el cauce del río Torres, fueron, también, testigos de aventuras. Posiblemente, la mayor parte de mis amigos aprendieron a nadar en ellas. 
Con aguas todavía sin contaminar, sobre todo las dos primeras, fueron sitios de trances difíciles en donde varios de los inquietos muchachos estuvieron a punto de ahogarse. Había que recorrer ya fuera hacia el este la finca del Asilo de los Incurables, o bien, río abajo del puente que une a Aranjuez con Guadalupe para llegar a ellas. 
Era interesante escuchar a los asiduos bañistas contar sus exageradas experiencias. Varios de ellos debieron dejar sus calzoncillos en las orillas de las pozas para evitar ser descubiertos por sus padres luego de estas aventuras. 
El nacimiento de dos parejas de gemelos en el barrio a la mitad de la década de los años cincuenta, fue todo un acontecimiento. Primero las gemelas Ulloa Gólcher, Elsa y Maritza; posteriormente, los Morales Bejarano, Jorge Arturo y Jorge Alberto. 
En el caso de mis hermanos, recuerdo bien que llegaron a este mundo en la propia casa de doña María, una enfermera partera de pelo blanco y ojos celestes, de poco hablar pero amable y cariñosa, esposa del maestro Raúl Villalobos, hombre de más de un metro ochenta y cinco, un tanto distante y serio. 
Es conveniente destacar, sobre este acontecimiento, que el doble parto en el caso de nuestra familia fue una verdadera sorpresa, ya que siempre mis padres creyeron que se trataba de un solo nuevo miembro, la partida doble elevó a nueve la prole.

Río Torres
Nunca podré olvidar la situación vivida por mi madre cuando mis compañeros de la escuela México visitaron la casa para conocer a mis nuevos hermanitos. La locura mía por su llegada me hacía pasar todo el día hablando de ellos, razón por la que invité a mi maestra junto al resto de los alumnos de la clase. 
La invitación fue aceptada, y todavía me parece ver a los compañeros desfilar, en fila india, por el puente sobre el río Torres camino a mi hogar. Yo encabezo el grupo de la mano de la Niña quien llevaba un regalo para los recién nacidos. 
No más llegados a la barbería, que ocupaba el primer cuarto de la casa, el primer sorprendido fue mi padre. Ver a cuarenta escolares dispuestos a conocer a los gemelos lo llenó de una mezcla de alegría y temor, por lo que de inmediato se fue a dar aviso a mamá de lo que se acercaba. 
Bueno, el asunto se desbordó cuando todos en pandilla querían ver al mismo tiempo a los famosos gemelos de los que yo les comentaba. Con aquella fogosidad propia de la edad, el escaso espacio del cuarto donde estaba recuperándose apenas mi madre, los niños se subían a la cama, halaban la cuna, le pasaban por encima a mamá, corrían por toda la casa, jugaban con las sillas de la barbería, en fin, un caos que solo fue controlado cuando la Niña Nidia dio la orden de regresar a la escuela. 
Durante muchos años viví con algún sentimiento de pesar por esta visita prematura de mis compañeros. En alguna ocasión cuando se lo comenté a mamá, se sonrió y me dijo con su semblante sereno y mirada dulce, ¡qué muchachos más inquietos! 
La época de Navidad era particularmente hermosa en el barrio. La coronas que se colocaban en las ventanas, lo mismo que la confección de los portales y uno que otro árbol le brindaba un toque distinto a nuestras casas. 
Eran también tiempos para empezar a cavilar sobre los encargos al Niño Dios y a Santa Claus. Reunidos en la esquina de la barbería, con alegría, hacíamos largas listas de los regalos y los juguetes que ansiábamos disfrutar. 
La gran mayoría de los varones la encabezábamos con el uniforme de fútbol del equipo preferido, bola de fútbol, velocípedos, triciclos, scooters, y mecanos. Entre tanto, las niñas con los tradicionales juegos de cocina, suizas, sombrillas, bolas, juegos de mesa y ropa. Gracias al esfuerzo de nuestros progenitores, algunas de nuestras peticiones se cumplían.

Spirogyra Jardín de Mariposas en San Francisco
El chino Arguedas y el macho Ronald fueron los dos primeros amigos de la huelga que contaron con bicicleta en Nochebuena, posteriormente correspondió el turno a Rodolfo Ortiz, los Sáenz, los Ulloa, y a algunos otros más. 
Así era nuestro querido barrio, testigo de mil travesuras, confidente de muchos secretos, compañero de aventuras y, particularmente, testigo de nuestro nacer y crecer. 
El tiempo, ese reloj que no se detiene, fue marcando con su ritmo acompasado la ruta de nuestros destinos. 
Varias familias lograron mejores condiciones económicas y trasladaron su residencia; otras, por necesidades de los hijos, lo abandonaron; al paso de algunos años, también nos tocó a nosotros tomar otro rumbo. Admito, que no fue fácil. 
Allí quedaba lo más hermoso de la infancia, la adolescencia y años de nuestra juventud y, lo más importante, la gran mayoría de mis primeros amigos. 
Creo que el hecho de que la barbería, el taller de mi padre, se mantuviera en el mismo sitio pocos años más, alivió en mucho el traslado de nuestra familia a Moravia. 
Hoy, tantos años después, todavía, cuando ocasionalmente recorro sus calles, los recuerdos y la nostalgia embargan lo más profundo de mi ser.





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