“El
verso de la creación no puede marchitarse a nuestro antojo”
*Víctor Corcoba
Herrero
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Me gusta el
planeta con su horizonte celeste, dispuesto siempre a abrazarnos,
pero también me ensimisma ese oleaje de sueños que nos alientan,
ese mar de la vida en perenne movimiento, que moviliza el corazón y
nos recluta a navegar por los abecedarios de los sentimientos. La
calma absoluta no es norma en nosotros ni en nada de lo que nos
rodea. Todo ha de estar vivo, empapado por el aire y el agua, y todo
ha de poseer la fuerza de la esperanza, que no es otra que la luz
vertida de unos hacia otros. Hemos de hacer, pues, de la preciosa y
sorpresiva crónica un motivo de celebración permanente. No estamos
para destruirnos, sino para ser tiernos con esa eternidad que nos
circunda y que a todos, por igual, ha de pertenecernos. Quien no
valora lo que tiene difícilmente puede entender nada. Hoy sabemos
que la masa de agua absorbe alrededor del 30% del dióxido de carbono
producido por los humanos, amortiguando los impactos del
calentamiento global. También nos consta que esa concurrencia de
suelos, que nos facilita el camino de nuestros andares, requiere de
esa biodiversidad natural, que es la que nos pone alas y vivifica.
Por eso, es menester que nuestras huellas mundanas se sensibilicen
con ese espíritu natural para no degradarse más. El actual modelo
de desarrollo, tan injusto como cruel, nos viene dejando sin alma.
Olvida, que uno existe para hallarse en la poética sorpresa, de ser
para los demás, ese soplo que no amarga y ese abrazo que endulza.
Indudablemente,
nunca es tarde para rectificar. Comencemos por fortalecer ese innato
espíritu campestre cuanto antes. Veamos la manera de no
defraudarnos. El verso de la creación no puede marchitarse a
nuestro antojo. Necesitamos otras luces menos interesadas. La
sabiduría de los relatos armónicos del tiempo, nos reconoce esa
voluntad respetuosa con todo lo que nos rodea, ese buen uso de la
composición que es lo que nos da memoria, ese ánimo creativo de
generosidad y entrega hacia la mística del universo. Todo esto ha de
reconducirnos hacia otros lenguajes, más en coherencia con esa
comunión oceánica liberadora, que nos hace levantar los ojos y
mirar hacia los verdaderos horizontes existenciales. Por desgracia,
mayormente los dominadores del planeta son los grandes
falsificadores. En consecuencia, urge regresar a esa legión de
auténticos servidores, convencidos de que la mayor regeneración
humana debe comenzar por nuestras propias actitudes, más respetuosas
y responsables con la naturaleza, incluso con nuestra propia
identidad. Quizás tengamos que entender de otro modo la política,
las finanzas y hasta nuestros propios estilos de vida, arcaicos y
opresores a más no poder, que dificultan cualquier alianza entre la
humanidad y el ambiente. Sin duda, se requieren de otras fortalezas
más cooperantes y persistentes con el planeta, lo que nos exige una
modificación de tácticas. Tal vez, hasta un cambio de corazón.
Sólo así, podremos propiciar otros deseos más níveos, porque
ahora lo que prolifera en nosotros son las corazas. No olvidemos que,
en el fondo son las relaciones entre nosotros, lo que nos hace ser
más humanos, acrecentando nuestro espíritu humanitario en sentirnos
activos.
Persuadido
de esa profunda conversión interior, tan conciliadora como
reconciliadora, el desafío consiste en asegurar otros cultivos más
considerados con toda vida, sin dejar a nadie al margen, cuidando
nuestro propio cordón umbilical con la naturaleza y atendiendo a
recoger las experiencias vividas por nuestros predecesores. Es
público y notorio que esta cultura que hoy nos gobierna se ha vuelto
estéril, borreguil y siempre al servicio del poder, no de las
personas como tales; tampoco suele aportar nada nuevo, es más de lo
mismo, únicamente sabe de espíritu lucrativo. La espiral de los
maltratos alcanza a la madre tierra y no desiste entre las personas.
Nos merecemos otros desvelos; por ejemplo, nuestro afán
contemplativo, al menos para no quedar vacíos y desilusionados. Sin
duda, debe de hacernos bien despertar a esa dimensión pedagógica,
con actitudes y acciones confluentes y benévolas, al menos para
calmar tanto grito deshumanizador y vergonzoso. En lugar de vendernos
y de vendarnos los ojos, busquemos la forma de sentir de otro modo,
menos voraz y más sereno, pues no hay mejor liturgia que los oficios
de cercanía y de acogida entre individuos. Circunstancialmente, creo
que ha llegado el momento de saber cómo diseñar otros rumbos más
equitativos, que propicien los encuentros y no los encontronazos.
Ojalá nos dispongamos a mitigar todo aquello que nos impide
relacionarnos. Vivir juntos es comprenderse y entenderse. Dicho lo
cual, orgullosos de nuestras raíces, puede que tengamos que hacer
actos de humildad y ejemplarizar esa mano tendida. Concebirse
vinculado a ese hogar común ya es un paso adelante. Lo nefasto es
emanciparse de todo y retirarse endiosado del camino, llevándose lo
material y no el hálito del himno. Pongamos, en todo caso, el hábito
del amor en nuestro andar.
*Escritor
corcoba@telefonica.net
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