Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Don Juan José fue contabilizado en la memoria estadística de la escasa población de habitantes en la ciudad Capital en la década de 1930.
Por diferentes razones nuestro encuentro se había postergado hasta que en una tarde lluviosa de octubre las puertas de su casa se abrieron para con su mano descubrirnos la máquina del tiempo celosamente guardada entre recuerdos maravillosos la cual abordamos con gozo mientras a través del repertorio describía inolvidables memorias en su existencia.
Su hija Teresita con su amiga Marta fuimos privilegiada/os en compartir la travesía que pese al tamborileo perenne de la tormenta tratando en vano de apocar su voz su entusiasmo crecía con las remembranzas relatadas transformando la tempestad en turbulencia pasajera antes que los controladores de aviación autorizaran el descenso en la pista de aterrizaje ansiada del Aeropuerto del año1930.
En ese tiempo San José era el embrión de un poblado habitado en su mayoría por gente sencilla que comenzaba a germinar debido a la exportación del café unida a la herencia de criollos adinerados progenitores de profesionales, comerciantes y políticos que manejaban el país a conveniencia.
Tres edificios descollaban en la incipiente urbe: el Teatro Nacional y, separados por varias cuadras, la Central de Correos y Telégrafos de Costa Rica con el Club Unión, inspirado en las visitas de los acaudalados a Europa, al frente. Este trío de joyas arquitectónicas hacía que al San José de la época le llamaran la “Ciudad Aldea”.
Rondaba los seis años cuando por situación familiar debía acompañar a su padre a vender lotería a la Calle 2, Avenidas 1-3, por ser el epicentro de la economía en general. El pulular diario de transeúntes lo garantizaba el constante canje de telegramas y correspondencia resguardada en innovadores apartados postales, por un lado y por otro, las frecuentes reuniones de la alcurnia política y variadas actividades sociales en el Club Unión.
Nació el 2 de julio de1931 y recuerda las palabras de su madre doña Élida cuando le dijo que en adelante sus ojos serían los destinados a guiar los pasos de don Víctor, promesa que logró cumplir a cabalidad.
En su función de lazarillo, acomodaba a su padre en una pared del edificio del correo mientras hacía lo propio con su aporte caminando por la calzada con oídos atentos al silbido en clave de su padre cuando requería apoyo.
La inocencia infantil le daba licencia para ofrecer lotería a rostros que con el tiempo se irían haciendo familiares mientras le correspondían sonrientes.
Poco a poco fue aprendiendo los nombres de los elegantes señores que con los años se daría cuenta que eran funcionarios públicos influyentes en las decisiones del país. En su mente mantiene archivadas las imágenes de los señores León Cortés Castro, Teodoro Picado, Julio Acosta, Oscar Fishel, José Albertazzi Avendaño, Manuel Mora Valverde, Jorge Cañas, Rafael A. Calderón Guardia.
De adolescente, caminando sobre la avenida 3 alcanzó a leer en el ventanal del estudio fotográfico Hernández/Olgado: “Se necesita empleado”. Ingresó para echar raíces. A la desaparición del dueño años después, la viuda del español Francisco Hernández le traspasó la empresa a puerta cerrada.
El 13 de julio de 1962 la familia Hernández Marín se encaminaba rumbo a la colonia Rodrigo Facio Brenes en Ipís de Goicoechea dejando atrás el poblado de La Paulina de Montes de Oca.
La mente de don Juan bombardeaba entremezclados recuerdos: Víctor Manuel Hernández Sancho, Élida Piedra, hospital San Juan de Dios, barrio Keith, Cristo Rey, escuelas Mauro Fernández y Colón, Kilómetro Uno, fábrica Numar, iglesia Los Ángeles, barrio Cuba, ciudadela Calderón Muñoz, teatro Moderno, cine Palace, Laguito de Guadalupe, el puente de la curtiembre, Beneficio Dent…
Hizo un alto para comentar de la coincidencia de apellidos en el momento de la compra del negocio. La Foto Hernández debió trasladarse poco después y por corto tiempo frente a la antigua imprenta Casa Gráfica para cerrar el ciclo veinticinco años después al frente de la parada de buses de Tibás en la Calle 2, Avenidas 3 y 5.
En ese punto geográfico se juntaron varios acontecimientos de la era analógica: la fotografía, la explosión de la generación estudiosa y la apertura del campo laboral. Los retratos tamaño pasaporte eran requisito indispensable en centros de estudio y empresas. Don Juan, antes de finalizar la jornada salía a contar los clientes en espera para cumplir con el tiempo de entrega al día siguiente por ser el atractivo del servicio posventa. Con la última toma, metía los rollos en un bolso y se consumía por horas en un cuarto oscuro a veces auxiliado por un pequeño bombillo de luz roja y tres bandejas con diferentes químicos: revelador, detenedor y fijador. La época digital fue opacando la actividad comercial por lo que optó por buscar trabajo alterno trasladando la actividad fotográfica de manera accesoria y temporal a su casa de habitación.
Hoy don Juan está jubilado escuchando música y añorando se amaine la pandemia para volver a ver partidos de futbol.
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3 Comentarios
Excelente perdona y profesional en su campo Me encantaba la paciencia con la q atendía. Gracias por su colaboración a la comunidad.
ResponderBorrarTodo un caballero y excelente profesional en la era fotografica, mis respetos
ResponderBorrarPreciosa persona e igual su familia siempre lo recuerdo siempre fue tan gentil con nosotros gracias bendiciones
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