Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- En 1958 vivíamos en la Finca Cuatro. La casa, aunque separada, era parte del centro de operación de la planta de sigatoka. Por el tamaño la edificación era horizontal con entrepisos para almacenar costales con químicos venenosos. El plantel podría medir trescientos metros de largo por cincuenta de ancho.
Tenía tres hermanas, la mayor con catorce años y un hermano menor. Nuestra madre, por recomendación de papá nos advertía de no ingresar a las bodegas por el peligro de los sacos expuestos con sulfato cúprico, cal hidratada y otros sintéticos resguardados que mezclados con agua en profundas fosas de cemento producían el caldo bordelés.
“La planta de sigatoka” estaba flanqueada por bananales separados en un lado por el camino de hierro y al otro la única carretera de lastre que partía el mapa en diferentes rutas bananeras. De la vía férrea se desprendía un pequeño ramal donde varios vagones cerrados ingresaban para mantener actualizado el constante inventario de las bodegas. En ese ramal permanecía un “pump car” manual para atender cualquier emergencia. El “ponquiar” fue la primera máquina que aprendimos a manejar en la niñez con las primeras fuerzas que nos heredó la naturaleza.
En el frente de la casa, en la carretera, existía un acceso de doscientos metros en cuyo fondo se erigía un galerón que resguardaba carretas y tractores “chapulines” destinados al transporte de racimos de banano. A cien metros estaba un puente de hierro con un canal profundo y seco que alimentaba el río Térraba.
La planta se ubicaba en centro de finca y, separada en distancia similar a las tres casas amarillas de los “mandadores” y los barracones de la “periquera” que anunciaban el ingreso a quienes procedían de la Finca Tres.
En conversaciones escuchaba que la primera locomotora rotulada “FC del Sur” había rodado cerca de diez años antes de mi nacimiento por lo que le tomé como un utópico hermano mayor. En mi mente discurren imágenes de varias de vapor color carbón, la quemadora impotente que con lenguas de fuego tornasol en segundos devoraban la maleza de la vía. Otras amarillas de diésel. Recuerdo vagamente que nos sentábamos en alguna “bacadilla” donde algunas se acercaban a un gran tanque de agua suspendido y mirábamos cuando acercaban una manguera gruesa y les daban de “beber”. También desfila el vagón de 115 utilizado por los gringos, la ambulancia y el “pagador”, los carrillos de diesel o “pump car” utilizados para inspecciones y mantenimiento de la vía.
Los “barracones” de la “periquera” eran los más cercanos al plantel. El fungicida se aplicaba de abajo hacia arriba con mangueras y la vestimenta que se tostaba con el uso diario y el excesivo calor transportaba lentamente el efecto de la ropa a la piel tornándola verduzca por lo que les llamaban “pericos”.
Mi padre era el operador oficial de la planta auxiliado por dos compañeros que acarreaban los sacos de sulfato y cal para que la mezcla del bordelés estuviera a punto para iniciar el viaje a través de las cañerías ramificadas entre bananales.
El aislamiento geográfico para la ubicación de la planta se debía además de la contaminación sónica que producían los motores impulsores del desplazamiento, al uso de diferentes combustibles. Todos los días, a las cinco de la mañana papá apretaba el botón de encendido del equipo principal después de la supervisión del tanque de gasolina y demás accesorios. Media hora después comenzaba el engranaje del equipo combativo para luchar contra el hongo de la sigatoka que amenazaba la plantación.
Paradójicamente nuestros oídos no se percataban del estruendo ya que era parte de nuestra existencia, asimilado desde nuestros primeros pasos por el mundo...todos los alumbramientos habían sido atendidos en la casa por parteras conocidas.
La Finca Cuatro carecía de escuela, comisariato, dispensario y club por compartirlo con la Tres y la Cinco entre las cuales había poca distancia. Tenía dos filas de barracones en posición horizontal y otro en el cuadrante que rodeaba la plaza de futbol.
Cuatro casas de dos plantas estaban entre el cuadrante y los horizontales donde vivían las familias de los “foreman” o supervisores en nomenclatura gringa.
La Finca Cuatro fue modelo para una de las mejores partes de nuestras vidas que nunca olvidaremos. Gratos recuerdos heredados de las amistades de nuestros padres que en una localidad remota sembraron la semilla de la humildad en los corazones de la familia.
En nuestra mente viven los rostros de don Apolinar Salas, Mercedes Lobo, Orlando, José, Adela, Ruth, los fotógrafos Gabriel Rivas, (Rivitas), el Chino León y su moto, Zacarías Alvarado, José Ángel Canales Angulo, Edgar Pasapera, Manuel Corao Campos, Meltzer Vargas, Byron Rosales…
En sueños nos encontramos manejando bicicleta en el cruce de caminos en la planta de irrigación de don Teófilo Guevara donde sorpresivamente nos moja el chorro de agua de la torre al frente como en tantas veces.
Ahí nos separamos, unos toman hacia Finca Cinco otros van para la Nueve, algunos hacia Palmar Sur…y la mayoría se enrumbó hacia el infinito donde aún nos cuidan, aunque no los podamos ver…
*
Los comentarios expresados en las secciones de opinión, reclamos del pueblo, campos pagados, negociemos y en la opinión de los lectores y comentarios de terceros al final de las notas o en las páginas de redes sociales, son responsabilidad exclusiva de sus autores. La Voz de Goicoechea (www.lavozdegoicoechea.info) es un medio de comunicación independiente, y no toma como suyas dichas opiniones por lo que no se responsabiliza por el contenido emitido por terceros.
nos interesa tú opinión al respecto. Te invitamos a participar...
Escríbenos a nuestro correo electrónico
0 Comentarios
Queremos ver tus comentarios, estos nos enriquecen y ayudan a mejorar nuestras publicaciones :
_______________________________________________