LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO).- El “Comedero de los chanchos de monte” fue el antecedente de “La Mona” que se constituyó en el refugio final para Rigoberto Rojas y Raimunda López una vez terminado el contrato con la “United Fruit Company”. Decidieron que sería el lugar de anclaje para el jubileo de sus temerarias y palpitantes vidas de peregrinaje...
Don Rodrigo comenzó a desmontar el terreno habilitando la llanura en el cual en pocos meses se asentaría el rancho que por muchos años se convirtió en estampa de la estación del Kilómetro Doce en el recorrido del FC del Sur hacia Palmar Sur.
Era enorme. El elaborado techo de hojas de palmeras cruzadas sin permitir que la lluvia no se filtrara fue construido por “chiricanos” que de regreso hacia las bajuras del río Térraba reconocieron a “Mama Munda”, en aquel entonces, dueña de la “fonda” donde les había abastecido el hambre de “a fiado” en el comienzo de sus labores en las bananeras.
Mis tíos José, David y Daniel esgrimían machetes contra los bejucos de la espesura y la tía Francisca asistía a su madre en labores caseras. El piso de tierra del rancho que lucía compactado como ladrillo tostado fue inspiración para las visitas que eventualmente recibían.
El rancho distaba unos trescientos metros allende al rótulo “La Mona” que cercano a la línea del tren anunciaba el nombre de la estación. La caminata bajo el caluroso clima se mitigaba bajo la sombra de los árboles de caimito diseminados por doquier naturalmente. Las penumbras nocturnales se vencían con candiles, candelas y lámparas de carburo y aceite.
En tiempos lluviosos la sinfonía del agua en su recorrido bajaba de la serranía a través una ingeniosa cañería de carrizos de bambú que desembocaba en la ventana de la cocina donde se lavaban los trastes con una extensión a la pila para lavar la ropa. En la escasez de la época seca el elemento debía extraerse en perforaciones a las entrañas de la tierra donde los pequeños y artesonados pozos, con baldes suspendidos y atados a un grueso mecate, permitían la subsistencia.
La última alimentación del día se acostumbraba antes de las cuatro de la tarde. Después del sustento se comentaban acontecimientos diarios, noticias del entorno o contaban historias y cuentos familiares. A las siete de la noche la naturaleza cubría el panorama con su oscuro manto con el tintineo de cómplices luciérnagas en el remanso que algunas noches interrumpía la locomotora negra anunciando la llegada a Golfito.
Mama Munda se sentaba por las tardes en una mecedora con vistas a la línea del tren pensando en el grano de arena que habían aportado en el progreso de la zona sur. Rigoberto se había distanciado cuando una enfermedad la arrancó de su paraíso al Hospital San Juan de Dios de donde nunca regresaría…
Años después cambiaron el nombre del lugar. Por algún tiempo se leía en la rotulación “Los Ángeles” …nunca supe motivo por el cual después retornó a su bella originalidad…podría ser por lo que reza el refrán de las abuelas:
“Aunque la vistan de seda…Mona se queda” …
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