Nunca imaginé que el alejamiento a la enseñanza primaria lo tendría que pagar en el futuro. Por ahora me sentía completamente liberada de una formalidad que me inducía a dudar y despreciar del beneficio y seguridad que en teoría debían apoyar las autoridades docentes en pro de la niñez
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO), Escritor).- El retorno de mi madre del hospital me equilibró por completo. Me sentía feliz. La veía restablecida, alentada y con ganas de cuidarse. Le conté que estaba trabajando. Envuelta en su mirada triste la escuché decir: -Que bueno, eso te hace más fuerte. Me acurruqué su lado durmiéndome de inmediato.
Aprovechando el acercamiento familiar habíamos evocado mi experiencia con doña Luisa y don Lito en la repartición de tortillas y el recorrido desde las cinco de la mañana en las pulperías vecinas. Las desayunadas que nos “pegábamos” con fritadas, queso y natilla y mi posterior retorno a las once para continuar con la repartición de almuerzos encargados. La escuché repetir: -El trabajo fortalece a las mujeres.
Lamentablemente el hechizo se rompió después del fin de semana siguiente. Mamá apareció con otro señor y la conocida historia que iba a vivir un tiempo con nosotros. No me gustó su apariencia porque lo sentía muy falso. El tipo se acercó. Con mano atrevida sostuvo suavemente mi barbilla mientras decía: -Que linda, te voy a cuidar como un padre. Mi mente no comprendía el sentido de sus palabras, pero bruscamente esquivé la extraña y desagradable mirada que desde el ingreso no me agradó.
El tipejo nos observaba jugar a las “escondidas” mientras escudriñaba vericuetos entorno al caserío. Después nos exponía que para enseñarnos “volados” iba a escoger alguna en cada ronda retándonos a que si descubríamos el escondite en corto tiempo nos recompensaba con golosinas. Para generar confianza entre mis vecinas me escogió convirtiéndome en la única víctima. Pidió contar hasta cien. Comenzando la cuenta me encerró en un viejo armario apretándome contra su pecho. No me gustaba el jadeo ni cómo contorsionaba su anatomía. Sentí las ásperas manos posarse sobre mi angosto tórax deslizándolas hacia abajo. Al ver mi reacción colocó el índice verticalmente sobre su nariz: -silencio para que no nos encuentren. El juego terminó cuando grité: - “cortis”. Aquí estamos, ya no juego más, estoy cansada. El sujeto se fue del caserío por la tarde sin nunca más regresar. Mamá lo esperó inútilmente por varias noches. Nunca compartí la nefasta experiencia.
Con los días le confié a mi madre la oferta de quedarme a dormir en la soda para economizar pasajes del bus. De esa forma, comencé a llegar los domingos a las siete de la mañana devolviéndome a las cinco de la tarde. Los dueños acondicionaron un aposento y aunque dormía tranquila, mis responsabilidades aumentaron. El cierre de la soda se amplió hasta las siete de la noche. Debía levantarme en la madrugada para preparar los electrodomésticos para la/os primeros clientes. Después del cierre debía ordenar y limpiar el establecimiento. Habían introducido la línea de “helados” y debía colocar los “palillos” antes de meter las bandejas al congelador. Las manos escarchadas me dolían constantemente, pero hasta terminar labores podía irme a descansar. Nunca me quejé porque necesitaba ayudar a la familia. Recordaba siempre las palabras de mamá: -el trabajo es la forma para que una mujer se haga valienta. Estaba abandonando la niñez cuando un veinticuatro de diciembre recibí un regalo de los “patrones”: -Estos quince colones es el “aguinaldo”. No sabía que significaba la nueva palabra, pero el dinero adicional venía en un sobre separado del pago semanal. Ese día llegué a casa cargada de felicidad.
Mis sufrimientos de niña se transmutaron durante el camino inevitable hacia la adolescencia. Tenía trece años cuando uno de mis hermanos apareció después de haber cumplido una condena en la “peni” acompañado de un “amigo” mal encarado. Para congratularse con mi madre cargaba un gran pastel. Vi que a mamá le brillaron los ojos e inexplicablemente dos botellas de “guaro” aparecieron de la nada en sus manos. De inmediato comenzó la “tomatinga”. Al poco rato el fulgor de la mirada de mi madre se tornó romántico tratando de besar al visitante quien de inmediato la rechazó indicando que le daba asco besar a una vieja. Mamá volvió su vista hacia mí diciendo: -acércate a él. Es un buen partido para vos…esa noche no dormí en el “chante” …Esperé a que estuviesen borrachos y en un descuido me escapé. Temerosa caminé por las calles encontrando algunas chicas de la vecindad. Al regresar después de largas horas los tres roncaban la borrachera. Tomé una vieja colchoneta y me acomodé contiguo a la puerta por si en algún momento tenía que salir espantada…
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