Algo más que palabras El vínculo social cooperativista; Una preferencia de salud pública


“Nuestra propia existencia, por si misma, es un manantial de socialización y de amistad inagotable. En consecuencia, no tiene sentido este soplo actual contaminado por el individualismo y la indiferencia, que lo único que genera es un aluvión de separaciones y muchas formas de descarte”

LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Víctor Corcoba Herrero)
Remodelar las normas sociales y activar un movimiento a favor de la conexión social, es tan necesario como preciso, en un momento en que el aislamiento social nos deteriora por completo, con graves riesgos para la salud. Tanto es así, que un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), indica que la soledad está relacionada con un centenar de muertes cada hora; cuestión que debe hacernos repensar en la manera que tenemos de interactuar entre sí. Realmente cuesta creerlo, en una época en que las posibilidades de conectarse son infinitas; sin embargo, cada vez más gentes se hallan solas, a la espera de una mano extendida que les abrace de corazón, que es lo que verdaderamente nos hace feliz.

Frente a los peligros que enfrentan nuestras sociedades interdependientes, es tiempo de adherencia entre análogos, de no resignarse ante la multitud de desavenencias, de apostar por la unión y de repostar embelleciéndonos, al interesarnos los unos por los otros. Desde luego, nos urge cultivar el braceo viviente de lo auténtico, y aún más en un mundo conectado digitalmente, máxime cuando descubrimos que las raíces de nuestra vida moral están completamente podridas, que la peana de nuestro consorcio ha desmembrado además los vínculos y está corrompida por la mentira. En efecto, a medida que la tecnología reconfigura nuestras existencias, debemos asegurarnos de que refuerza, y no debilita, la conexión humana.

Desde las redes sociales hasta las plataformas impulsadas por la inteligencia artificial, deben cuidar y no descuidar, sobre todo el bienestar de nuestras generaciones más jóvenes. No hay que hacer, por tanto, estado de silencio. La tortura está ahí, cuando me encuentro solo y busco un apoyo y nada más que hallo engaño. El infierno está en la reclusión impuesta. Aparte de que nada se puede hacer en soledad, el abandono es una triste realidad a la que no debemos acostumbrarnos. Reforcemos las alianzas, también las intergeneracionales. Nuestro futuro depende mucho del modo en que los abuelos y los nietos aprendan a vivir juntos. ¡No apartemos a los ancianos, tampoco a los niños! Hagamos comunión, generemos lazos, activemos el paso del encuentro a la relación.

El corazón a corazón debe hacerse realidad; por ello, las comunidades digitales no sólo han de compartir contenidos e intereses, sino que también deben actuar juntas físicamente y convertirse en testigos de comunión y comunidad. Nuestra propia existencia, por si misma, es un manantial de socialización y de amistad inagotable. En consecuencia, no tiene sentido este soplo actual contaminado por el individualismo y la indiferencia, que lo único que genera es un aluvión de separaciones y muchas formas de descarte. De ahí, la necesidad de que intervenga la salud pública; para que aprendamos el camino de la vecindad como terapia curativa conciliadora. El abrazo asociado a un risoteo de miradas acariciadoras y con la mente en reposo, es la mejor fibra de subsistencia.

La placidez radica, ante todo, en la euforia mística. Hay que concertarlo todo, con una actitud de apertura y de hermanamiento, hacia aquello que nos acompaña en nuestro peregrinaje. Nos conviene, pues; que, en esta hora atormentada de la historia, tomemos como objetivo, la de volver amigo a nuestro propio enemigo. Seguramente, tendremos que poner en acción los movimientos cooperativistas, para que nadie se sienta extraño, sino familia viva, para alcanzar objetivos no sólo económicos sino también sociales y ambientales, como la superación del desamparo, la obtención de empleo combinado y el fomento de la integración social. Al fin y al cabo, nuestra vida es sobre todo una relación permanente con los demás y hasta consigo mismo. ¡No derribemos las innatas ligaduras del verso!


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