LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Nabil Mouaffak, Fundador del Movimiento Goicoechea Resucita).- En un mundo cada vez más polarizado,
donde la política muchas veces parece estar alejada de los valores humanos y
donde la religión suele ser encasillada como un asunto exclusivamente personal,
surge una pregunta fundamental: ¿puede la fe religiosa tener un papel
constructivo en la vida pública? Más aún, ¿puede comprometer al creyente a
servir a los demás desde espacios sociales o políticos? La respuesta es sí. Y
no solo es posible, sino profundamente necesario.
La historia de la humanidad está tejida
con los hilos de la espiritualidad. Desde los principios de los tiempos, las
creencias religiosas han motivado grandes transformaciones sociales. La fe
auténtica ha sido, para muchas personas, la raíz profunda de un compromiso con
la justicia, la compasión y el bien común. No es una fe que se encierra en
templos ni se reduce a palabras bonitas, sino una fe que se arremanga, que
camina los barrios, que escucha el dolor del otro y actúa.
Creer en un Dios que ama, en un universo
con sentido, en una fuerza superior que guía hacia el bien, no puede vivir la
experiencia de forma individual. Quien ha sido tocado por una experiencia
espiritual verdadera, siente la necesidad de transformar esa vivencia en acción
concreta. Es ahí donde la religión se vuelve política, no en el sentido
partidario o ideológico, sino en su raíz más noble: la búsqueda del bien común.
La política, en su sentido más amplio,
no es otra cosa que la organización de la vida en sociedad. Y si la fe me
enseña a amar al prójimo, a defender al más débil, a no mentir, a no robar, a
buscar la paz, entonces ¿cómo no va a tener implicaciones políticas? Una
persona creyente, sea cual sea su religión, si vive su fe con profundidad y
honestidad, se sentirá naturalmente llamada a construir comunidad. Y eso
implica tomar decisiones, involucrarse, participar, escuchar y también
denunciar cuando las estructuras o sistemas oprimen o excluyen.
No se trata de imponer creencias ni de
convertir al Estado en una extensión de un credo. Se trata de permitir que los
valores espirituales : La compasión, la justicia, el perdón, la esperanza, guían
la manera en que ejercemos la ciudadanía.
Una fe viva no puede convivir con la
indiferencia. No puede tolerar la injusticia. No puede guardar silencio frente
al dolor del otro. Una fe viva se convierte en manos, en mirada, en palabra, en
abrazo. Y también en propuestas, en políticas sociales, en lucha contra la
corrupción, en acciones concretas para mejorar la vida de los demás.
Al final del día, lo que define a una
persona religiosa no es cuántas veces reza, ni cuántos versículos memoriza, ni
cuántas ceremonias atiende. Lo que realmente la define es cómo trata a los
demás. Cómo actúa. Cómo transforma el mundo desde el lugar en el que está.
“La mejor manera de encontrarte a ti
mismo es perderte en el servicio a los demás.”— Mahatma Gandhi
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