Gobernar en tiempos de tormenta
Monge asumió el poder con un país golpeado por una inflación superior al 90 %, un desempleo creciente y una deuda externa que asfixiaba la economía. A la par, la región centroamericana se encontraba en llamas, con las guerras civiles en Nicaragua y El Salvador. Costa Rica, sin ejército, era un territorio vulnerable ante la inestabilidad regional.
La neutralidad como bandera
Uno de los hitos más recordados de su gobierno fue la proclamación de la Doctrina de Neutralidad Perpetua, Activa y No Armada en 1983. Con ella, reafirmó la abolición del ejército y proyectó a Costa Rica como una nación pacífica, comprometida con el diálogo y la resolución no violenta de conflictos. Esta decisión consolidó la imagen internacional del país como un ejemplo de desmilitarización.
Ajuste económico con costos sociales
En lo económico, aplicó políticas de ajuste estructural con apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Aunque impopulares, dichas medidas lograron reducir la inflación, estabilizar la moneda y diversificar las exportaciones con productos como melón, flores y piña, que luego se convirtieron en pilares de la economía nacional.
Monge también impulsó proyectos de vivienda para familias de bajos ingresos y promovió inversión en infraestructura, especialmente en zonas rurales, buscando una mayor integración económica.
No obstante, el costo social fue alto: recortes al gasto público, debilitamiento de programas sociales y un aumento en la pobreza marcaron el periodo. Para muchos, las clases trabajadoras pagaron el precio de la estabilización mientras los grandes exportadores fueron los principales beneficiados.
Entre la neutralidad y la geopolítica
Su cercanía con Estados Unidos también generó cuestionamientos. Aunque proclamó la neutralidad, Costa Rica fue señalada de colaborar en la logística estadounidense contra el sandinismo en Nicaragua, lo que sembró dudas sobre la coherencia de su política exterior.
El legado de un presidente austero
Luis Alberto Monge es recordado como un presidente pragmático, austero y sencillo, que condujo al país en medio de la tormenta. Para algunos, fue un estadista que tomó decisiones difíciles pero necesarias; para otros, un líder que sacrificó el bienestar social en aras de la estabilidad macroeconómica.
Lo cierto es que logró evitar el colapso y dejó como herencia la neutralidad perpetua, uno de los pilares de la identidad costarricense en el mundo. Su presidencia marcó un antes y un después en la política nacional, mostrando que incluso en tiempos de crisis, la democracia y la institucionalidad podían mantenerse firmes.
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