El
trasfondo político es evidente. Se disfraza de proyecto comunitario lo que, en
realidad, es una violación al ordenamiento jurídico y al sentido común. La Sala
Constitucional y los Tribunales Contenciosos Administrativos han sido tajantes:
los parques y áreas verdes no se negocian, no se regalan y no se convierten en
salones, edificios o infraestructura sin una ley que lo autorice. Y, aun así,
las municipalidades parecen insistir en reinterpretar la norma a conveniencia.
La
palabra “facilidades comunales” ha sido el paraguas bajo el cual se intenta
justificar lo injustificable. Como si levantar muros, techar espacios y reducir
áreas de juego infantil pudiera entenderse como “mejora” del parque. Nada más
lejos de la verdad: la jurisprudencia ya aclaró que esa interpretación vacía de
contenido el derecho constitucional de los vecinos a zonas de esparcimiento.
Aquí
no se trata solo de un pleito legal, sino de un choque de visiones. Para la
comunidad, las zonas verdes son garantía de calidad de vida, aire limpio y
cohesión social. Para ciertos políticos locales, en cambio, parecen ser
espacios disponibles para canjear favores, cumplir promesas o, simplemente,
ampliar su margen de maniobra clientelar.
La
autonomía municipal no equivale a carta blanca. Como bien recordaba la
Procuraduría General de la República, los gobiernos locales son
administradores, no dueños, del patrimonio comunal. Cada metro cuadrado de
parque pertenece a los vecinos, y cualquier intento de cambiar su destino es,
más que un error, una traición a esa confianza.
El
caso de Bruncas es apenas un botón de muestra de un problema más profundo: el
divorcio entre las necesidades de las comunidades y la visión de algunos
municipios que aún conciben el desarrollo como sinónimo de concreto. Lo que hoy
está en juego no es solo un lote con árboles, sino el derecho de las futuras
generaciones a contar con espacios dignos para jugar, descansar y vivir mejor.
En
tiempos donde la ciudad avanza comiéndose lo verde, cada parque se convierte en
un campo de resistencia. Y los vecinos de Bruncas lo saben: si no defienden su
parque hoy, mañana quizás no tengan ni dónde respirar.
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