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Manuel Emilio Morales: Un barrio en Goicoechea

                            Manuel Emilio Morales B. Periodista (Foto: Manuel Morales) 
Primero de tres artículos: Con límites muy claramente delineados, nuestro pequeño barrio se distinguía como un particular sitio ubicado entre el río Torres al sur, la vía principal hacia Guadalupe por el este, la calle de San Francisco por el norte y la cuesta hacia el río Torres por el oeste. En síntesis, un hermoso “enclave” en el distrito de San Francisco, cantón de Goicoechea. La pulpería de Mel, el Asilo de Ancianos Carlos María Ulloa, mismo nombre del barrio, el puente de los Incurables, la cantina El Dominante o la carnicería de Toño, lo mismo que la barbería Morales y el puente de hamaca, eran sitios muy familiares y de uso frecuente a la hora de ofrecer direcciones.  
En esos cuatrocientos metros discurrió nuestra niñez y parte importante de la adolescencia. Sus calles polvorientas fueron testigos de nuestros juegos, y la acequia que lo cruzaba del ingenio a la hora de construir pintorescos y ocurrentes “lanchas y barcos”, que nos permitían soñar.  
En aquellas edades, nada nos hacía falta en ese escenario que era nuestro mundo. Las mejengas en el Cerquillo, el potrero de los Blanquillo o donde Aguirre eran eternas, sobre todo los sábados y los domingos. Sabíamos siempre a qué hora iniciaba y el número de integrantes de cada equipo, lo que siempre fue un enigma era la hora del final y los que terminaban cada juego.  
Muchas veces el partido se trasladaba a las calles, en donde el encuentro se complicaba cuando alguna bola iba directo a los cristales de alguna de nuestras propias casas. Generalmente, allí acababa la fiesta deportiva.  
Los pinos ubicados frente a la casa de los Valerio, con su sombra, nos cobijaban para que, en los calurosos días de verano, nos dedicáramos a jugar bolas de vidrio, trompo, bolsillo o las famosas chócolas.  
Los juegos de escondido, puro, quedó y mecate junto a nuestros hermanos, hermanas y amigos, se desarrollaban en el centro del barrio. Salva la banca o el tarro, eran otros de nuestros preferidos.  
A riesgo de caer en imprecisiones, me atrevo a recordar a algunas de las familias quienes habitaban esa cruz geográfica en que vivimos tantas experiencias enriquecedoras las cuales nos formaron como seres humanos.
 Hacia el norte: los Sagot, Carrasquilla, Rojas, Quesada, Conejo, Sánchez, Villa- lobos y Segura. Al sur, los Fernández-Castro, Freeman, Amador, Barrantes, Ulloa, Bonilla, Loaiza, Bolaños, Ortiz, Ledezma, Coronado, Delgado, Gamboa, Vargas, Chacón; en dirección oeste, los Arguedas, García, Saénz, Alvarado, Valerín, Acuña, Dennis, Marín, Innecken, Paniagua, Aguilar, Jiménez y Ramírez, y por último, al este, los Morales, Arévalo, Poltronieri, Bejarano, Aguirre, Blanco, Gamboa, Matamoros, y Francis, entre otros.

Río Torres en San Francisco. (Foto cortesía Rutas Naturbanas)
Mención especial merecen personajes del querido barrio  
Melchor quien, con un marcado acento jamaiquino, con paciencia nos vendía lo mismo carao, cocos o bananos. Con su escaso español era difícil ponerse de acuerdo con aquel negro bonachón, por ello, generalmente, terminábamos entendiéndonos por señas.  
Amado, el paternal panadero que se ganó el cariño de todos los niños y los jóvenes. Durante las madrugadas depositaba en nuestras casas el pan fresco, para luego, en las tertulias, convertirse en el más afanoso defensor de su querido C. S. Herediano y, hasta en algún momento, medio entrenador de nuestro equipo de fútbol.  
Piyino, quien lleva por nombre Ángel, representó para nosotros el vecino simpático, dicharachero, sencillo, colaborador y servicial. De intermitente presencia en el barrio, luego de algunos años de ausencia, decidió afincarse por medio de una pulpería en el pleno corazón de la barriada.  
Édgar, el policía, fue siempre un hombre enigmático. Serio, tímido, aislado del resto de los vecinos, admirador de los grandes clásicos de la música. Noche a noche era costumbre escuchar a todo volumen, en su casa, las mejores composiciones de Brahms, Beethoveen, Liszt, Wagner, Mozart y Chopin, entre otros.  
Miembro de la desaparecida Policía Militar (P.M), su figura de cerca de un metro noventa impresionaba cuando vestía el uniforme de esa compañía de la Guardia Civil. Era de poco hablar, de un saludo rutinario no pasaba.  
Sin embargo, el personaje de marras se transformaba de forma sorprendentemente cuando, al menos una vez al año, ingería licor. El cambio era radical. Aquel hombre ausente y callado, provocaba serios escándalos poniendo en riesgo la integridad de su propia madre y una tía.  
La ingesta alcohólica se prolongaba siempre por más de una o dos semanas, período en que el barrio cambiaba su ritmo. Los niños vivíamos atemorizados ya que nos perseguía, lo mismo que a las mujeres.  
La situación llegaba a tal extremo, que era necesario que sus propios compañeros de trabajo de la P.M., a ruego de su progenitora, lo trasladaban en patrulla hasta las instalaciones de la Detención General, ubicadas en Cuesta Núñez en la capital.  
Pero si de recuerdos se trata, una imagen que no se me olvidará es la de Bucho, el panadero. La mayoría de las veces descalzo y, en algunas, con caites, tarde a tarde recorría nuestras calles con aquella hermosa canasta llena de panes y olores.  
De mediana estatura, fuerte complexión y de limpias ropas, caminaba desde el barrio la California hasta el nuestro. Cerca de las dos o tres de la tarde era obligado observarlo de puerta en puerta ofreciendo las manos de pan, acemitas, galletas, ilustrados, bizcotelas, pan dulce o salado.  
La interesada compañía que los chiquillos le hacíamos durante su recorrido tenía una deliciosa recompensa. Al terminar sus ventas, nos repartía las galletas que se habían quebrado. La rutina se repetía, mientras que, en algunos casos, nos contaba alguna anécdota sin desprenderse del eterno puro o del tabaco que mascaba.  
Su enorme canasta, en diferentes oportunidades, le jugó malas pasadas, incluso, en una ocasión, frente al antiguo cine California, fue embestido por el tren. Por fortuna, luego se recuperó y regresó a su quehacer cotidiano.  
La querida y robusta Berenice también forma parte de nuestra niñez. Sus cajetas, cocadas y conservas siempre nos deleitaron. Con su pañuelo anudado sobre el cabello, un delantal que sobresalía por su limpieza, permanecía largas horas frente al horno y su cocina.  
Como ejemplo de hija, no dejó un solo instante a su enferma madre, doña Francis, quien padecía de serios problemas para movilizarse. Siempre activa, era común observarla corriendo de un sitio ha otro para cumplir con sus responsabilidades y con los pedidos de sus productos. Su gruesa figura no pasaba desapercibida tampoco.

Asilo de Ancianos Carlos María Ulloa
El canónigo Antonio Forn, para nosotros el padre Forn, venido de España, además de ser el sacerdote del Asilo de los Incurables y designado por su cultura y atestados como canciller de la Curia Metropolitana, había instalado su residencia en la confluencia de las cuatro esquinas del barrio. Hombre bueno y dispuesto a la colaboración permanente, contaba con el concurso de dos importantes colaboradoras, Hilda y Claudia, quienes también se integraron pronto al quehacer del entorno.  
Doña Cavita Castro, elegante, llena de simpatía, mostraba buen garbo pese a su pequeña estatura. Propietaria de la tienda Reviens, en los bajos del Gran Hotel Costa Rica, en la Avenida Central en San José, era una mujer de gran sensibilidad y protectora de nuestros proyectos.  
Su espíritu de colaboración siempre estuvo presente ante cuanta petición se le hacía, tanto para obras comunales, problemas económicos de algunos vecinos e, incluso, colaboró decididamente para nuestro primer uniforme del once que formamos y que, como agradecimiento, llevó el nombre de su tienda. Estamos seguros de que con nuestro rendimiento deportivo no la defraudamos.  
Don Manuel García era algo así como el dueño del “cine del barrio”. Una vez cada quince días, al caer la tarde, nos ofrecía una película en el garaje de su casa. De origen boliviano y de hablar pausado, disfrutaba junto a doña Elsa y a sus hijos, ver a la pequeña huelga con sus ojos fijos sobre la sábana que servía de pantalla. Continuará…
 
Tomado de la Revista Herencia Vol. 23 
Setiembre de 2009.




CORREO ELECTRONICO:   redaccion@lavozdegoicoechea.info

 

  

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