LA FUERZA DE DIOS
No tardes Espíritu Santo,
déjate sentir por siempre:
ven a mis días para salir de mis noches.
El Santo Espíritu reconstituyente,
nunca se adormece, nos renace
y hace caminar para ser camino,
dejar de ser cautivos del abandono,
y pasar a ser libres como el aire.
Pongamos amor, retoñe el gozo,
florezca la armonía, restauremos
la esperanza, hagámosla poesía
en nuestras entretelas, forjemos
la ternura como métrica del mundo.
Vivamos en paz unos con otros,
unos y otros hemos de amarnos,
hasta vernos en el que nos asiste,
hasta sentirnos parte de su pulso,
pues aletargarse no es de Dios.
Todos somos una porción de luz,
una gran corriente de mil alientos,
un inmenso oleaje de lenguajes,
que dan testimonio de lo que soy:
nada en la tierra, todo en el cielo.
Jamás nos encerremos para sí,
démonos a un continuo revivir,
obremos abrazándonos a la Cruz,
que es lo que mueve el corazón
y lo que nos conmueve por dentro.
El soplo de nuestro creativo creador,
siempre nos sustenta y sostiene,
nos quita pesos, nos provee de pasos;
las lágrimas nos la seca con caricias:
menguando luchas, creciendo en paz.
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