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La educación de adultos apuesta a lo práctico


Por Alberto Cabezas

LA VOZ DE GOICOECHEA.- “La forma como se entiende la educación de las personas adultas depende de cómo se conciba la relación entre la dimensión normativa y explicativa de la enseñanza, en definitiva, entre la teoría y la práctica educativa,” afirmó Julio César Rocha Estudiante de Doctorado en Educación e Intervención Social (UNAN- Managua), Máster en Ciencias con énfasis salud mental y adicciones.

Con Rocha conversó el Periódico La Voz de Goicoechea.

Entrevista

¿Porque la educación de adultos debe localizarse en lo “práctico”?

En esta dirección, hay dos tipos de teorías.

Las denominadas “teorías formales” y las “teorías no-formales” o “informales”.

Las teorías formales se identifican con las teorías en el sentido convencional del término, es decir, son teorías organizadas y codificadas en campos de conocimientos o disciplinas académicas, producto de investigaciones científicas. Las teorías no-formales o informales son las teorías implícitas que fundamentan el trabajo de los prácticos dentro de los contextos en que se encuentran.

El supuesto de partida que explica la existencia de las teorías no-formales radica en la intencionalidad de la acción de los educadores y las educadoras. En la medida en que todas las acciones implican intenciones y que éstas sólo pueden explicarse en relación con el marco referencial a través del cual comprendemos y actuamos, cualquier educador o educadora cuando actúa posee ya alguna “teoría”.

Son estas teorías, que están fuertemente enraizadas e implícitas en la práctica educativa de los educadores y las educadoras, las que denominamos “teorías no-formales”. Estas teorías no-formales no son teorías generalizables ni rigurosas, en el sentido más convencional. Tampoco significa que sean abstractas o meramente intuitivas, sino que forman parte del mundo experiencial del profesorado. Son el repertorio situacional, por medio del cual el educador o la educadora relaciona las situaciones nuevas y desconocidas con situaciones similares. Pero el trabajo de los repertorios situacionales va más allá de las situaciones conocidas.

Funcionan como un punto de partida para la comprensión y la acción; para diferenciar entre lo mismo, lo diferente.

Cualquier situación práctica puede ampliar y reconstruir ese repertorio. Por tanto, la teoría está situada “dentro” y “emergiendo” de la práctica. Teorizar la práctica no es una actividad abstracta, sino una actividad que el profesorado puede hacer. En este sentido, podemos diferenciar tres procesos de teorizar: a) una “teorización para la práctica” que hacen los teóricos; b) una “teorización en la práctica” que hacen los prácticos, y c) la “teorización de la práctica” que los educadores y las educadoras pueden o no hacer. Por ello, los teóricos, como convencionalmente se entienden, están también implicados en la práctica, porque toda teorización es una práctica y, al mismo tiempo, los educadores y las educadoras están implicados en la teoría, puesto que toda práctica implica una teoría.

El problema que ha venido arrastrando nuestro campo de conocimiento es que, al ser concebida la educación de las personas adultas como un campo práctico, en los estudios de la enseñanza y el aprendizaje de las personas adultas se ha sobre enfatizado el desarrollo de las teorías no-formales, mientras las teorías formales se rechazaban, acusándolas de ser demasiado abstractas, olvidando que las teorías no-formales también presentan ciertas limitaciones. 


Aunque están siempre presentes, no significa que el educador y la educadora sean conscientes de ellas. Frecuentemente, el conocimiento que se desprende de la teoría no-formales es, a menudo, caracterizado como un conocimiento anecdótico o del “sentido común” que se desprende de la experiencia personal.

Por ello, desde posiciones más convencionales, estas teorías se rechazarán por asistemáticas e inciertas. Y, desde posturas más críticas, las teorías no-formales serán igualmente atacadas por ser producto de la experiencia y desconsiderar los procesos de socialización profesional del educador o la educadora que, a su vez, la están determinando. Como Donald Schön admite, los prácticos pueden comprometerse con la reflexión en la acción, pero no siempre lo hacen.

Esto es debido, principalmente, a que esta reflexión se basa en la experimentación de situaciones únicas e inciertas, lo que provoca incertidumbre, despertando en el profesorado un sentimiento de amenaza y pérdida de control de la situación, que le conduce a utilizar sus teorías no formales para eliminar los problemas de la práctica, más que para reflexionar sobre ella y mejorarla. Incluso cuando se comprometen con los procesos de reflexión en la acción, los educadores y las educadoras no siempre son capaces de encontrar una explicación a lo que hacen. Por todo ello, la teoría no-formal y la práctica han de ser problematizadas y sometidas a escrutinio crítico.

Para ello, la teoría formal puede jugar un papel muy importante al constituirse como un medio que nos permite enfocar y revisar críticamente nuestras teorías no-formales.

Consecuentemente, más que rechazar la teoría formal o académica, se trata de rechazar el vacío existente entre teoría y práctica educativa, que durante tanto tiempo ha invadido nuestro campo de conocimiento. Actualmente existen varias razones, de acuerdo con Brookfield (1992), por las cuales la intención de construir una teoría formal no debería ser abandonada. La educación de las personas adultas, como una práctica académica, tiene que orientar los contextos de esa práctica hacía unos fines deseables, lo que implica un compromiso moral.

La teoría formal puede ayudarnos a transformar las teorías no-formales en teorías de la práctica bien estructuradas, lo que ampliaría sus horizontes más allá de lo anecdótico. En este sentido, la teoría formal nos ayuda a emanciparnos de la dependencia de las costumbres y las tradiciones, analizando y examinando las creencias, los valores y las suposiciones implícitas de nuestra práctica.

En definitiva, se trata de un proceso de desnormalización de la práctica, desde el momento en que nos permita que esa práctica deje de verse como “normal” o “rutinaria”.

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