Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Cuando la aguja apuntaba al pico más alto de la pandemia mi madre acudió al llamado eterno. Meses antes había cumplido noventa y dos años. Aunque el deceso no fue producto de la COVID 19, el sepelio quedó marcado con las estrictas reglas de sanidad pertinentes. Siempre se distinguió por su inseparable sonrisa y su comprensión hacia todo lo que la rodeaba. Tenía predilección por las muñecas que constantemente cambiaba de sitio, acomodándolas en sillones, la cama o cualquier otro vació que encontrase en la casa. La tarde que pregunté por el motivo cerró sus ojos almendrados y sin articular palabra sonrió por largo rato sin abrirlos. Supuse que flotaba en los recuerdos de su vida feliz.
Si hace más de dos mil años quien partió la historia en el antes y después nació en un pesebre ajeno y alejado, quienes germinamos en la zona bananera sur hacia la mitad de 1900, aterrizamos en este mundo por el intento de subsistencia de nuestros padres. De hecho, fue para ellos más difícil la adaptación a las nuevas, extrañas y adversas circunstancias del momento que para sus descendientes quienes disfrutamos en plenitud del fruto del despegue y esplendor del encanto mágico de la compañía bananera donde muchos habían ofrendado con sangre la construcción del emporio.
En la Finca 9, en 1942, Iris rondaba trece años. Su madre alternaba funciones de cocina y atención de los comensales de la fonda. Era sábado y la única distracción era jugar “Lotería”. De inmediato las mesas se llenaron de pequeños cartones rectangulares con tres por nueve casillas numeradas mientras el “cantante” instalaba la tómbola.
-Completas las fichas…del uno al noventa, gritó mientras las devolvía a la jaula.
El mismo año, a mediados de julio, Alberto llegó a Palmar Sur. El pueblo era un hervidero de gente desperdigados por todo lado, cantos, gritos, martillazos, silbidos. Un niño se acercó haciéndole múltiples preguntas. Después le pidió que le siguiera a una casa. Mientras le auscultaba de arriba abajo escuchó el veredicto de la madre:
-Aquí puede dormir y comer mientras encuentra trabajo, eso es lo que sobra para quienes se notan decentes. Después arreglamos, no se preocupe.
Al tercer día ingresaba como aprendiz de ebanistería. En corto tiempo tomaba un “pump-car” rumbo a Finca Seis donde le esperaba Capela, el operador de la planta de sigatoka para capacitarlo formalmente. Dos meses después fue trasladado a la primera etapa de una finca que se erguía entre la jungla carente de electricidad y agua entubada. La Finca Nueve florecía. Se alumbraban con candiles o lámparas de queroseno y él se alimentaba en la fonda recientemente establecida.
A pocos meses de haber llegado, doña Raimunda la dueña del negocio, contestaba extrañada a Alberto cuando pidió consentimiento para ser novio de una de sus hijas.
- ¿Iris? pero es una niña, pensé que se trataba de otra de las mayores.
El primer presente para Iris aconteció a los catorce años el 25 de diciembre de 1943 al escuchar al Padre Sancho departir sobre la costumbre de obsequios en la época de la natividad.
-Puerto Cortés en este momento recibe la ofrenda de acoger esta nueva familia en el seno de la comunidad…
Como cortesía al secretario Alberto, el encargado del salón del sindicato, Santiago Flores lo facilitó sin costo. Don Rigoberto Rojas bajó de la carreta el ponche para el brindis, dos cajas de cerveza para los “delicados” y cien botellas de “guaro” para los de garganta profunda.
Cerca de las once de la noche, luego de sortear borrachos, la pareja se escabulló para trasladarse a la Finca Dieciséis. Ángela Guadamuz había facilitado el bote para trasladarlos al muelle de Condesas. El botero retornaba una hora después en cuanto emprendieron la caminata de un kilómetro entre el bananal.
Eran muy jóvenes. Iris no entendía que pasaba con su vida mientras Alberto, seis años mayor, hacía el mejor esfuerzo para entenderla. Poco a poco se fueron acomodando. A pocos días encontró varias muñecas sobre el lecho.
-Las traje en mi maleta respondió a la pregunta de Alberto…después escuchó decirle: -Muy bonitas.
Al dormirse Alberto, se volvía de espaldas dialogando en silencio con las muñecas hasta que el sueño las vencía.
Doce meses exactos habían pasado cuando arribó el segundo regalo. El 25 de diciembre de mil novecientos cuarenta y cuatro a las once y veinte minutos de la noche, nacía el primer retoño, Alba Iris.
Inexplicablemente en el embarazo el cuerpo no se alteró físicamente. Visitando unos vecinos y al sentirse indispuesta una señora mayor apuró a Alberto a traer a Chavela Gómez, la partera de El Edén.
Luego de siete embarazos nunca olvidó sus muñecas ni tampoco de regalar.
Añoraba los días de diciembre…desde el momento en que descubrió su verdadero valor…
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