Nunca conocí el real sentido de asistir a la escuela primaria. Un lugar donde me sentía confinada y haciendo un esfuerzo sobrehumano sobre todo en las carreras matinales para encontrarme con infantes ante quienes yo no existía. Me aislaban de sus juegos en complicidad con algunas maestras que lo permitían…
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO), columnista).- Nunca supe de sus preocupaciones. Por las mañanas mi mirada perseguía la figura de mamá rebuscando en los rincones la moneda que depositaba mis manos. Eran cincuenta céntimos para los pasajes del bus. Yo los recibía sonriente pensando en el delite que sentiría con los recortes de confites y sorbetos que compraba con los diez céntimos sobrantes en la pulpería frente a la escuela. Eso si era motivante. La inseguridad que sentía en el ambiente escolar me hizo muy distraída. Siempre perdía los veinte céntimos para el pasaje de regreso y francamente, no recuerdo que hacía para volver.
Tampoco recuerdo pormenores, pero dejé de asistir regularmente a clases cuando una enfermedad de mi madre la llevó a internarse al hospital. Yo no sabía qué hacer, pero eché de ver que estudiando nada alcanzaría, además, sin dinero no había forma de trasladarme. Lloraba a cada instante sin entender que pasaba. Transcurrió algún tiempo sin verla porque debido a mi estatura no podía ingresar al hospital sin embargo logré escabullirme en varias ocasiones consiguiendo saludarla antes que me localizaran. Algunas vecinas se acercaron para ayudar y eso me ayudó a dejar de sollozar. Comprendí que debía enfrentar la vida.
Mamá no regresó sola del hospital y me pidió que la acompañase en sus trabajos domésticos. El acompañante se quedó a vivir con nosotros en el cuarto redondo. Fuimos a limpiar la casa de doña Bica, una señora muy linda en Sagrada Familia. Entrando a la casa, escuché un mal consejo de mamá: -si ve algo bonito, lo agarra y esconde dentro de su ropa. Me regañó el primer día por desobedecerla, pero en la segunda ocasión escuché: -en esa gaveta hay un reloj. Lléveselo. A los días regresé donde doña Bica con un mensaje de mamá. Una vez que estaba adentro doña Bica me tomó del pelo gritando: ladrona, devuélveme el reloj de oro que te llevaste antes que llame a tu mamá. Mamá me pegó cuando le pedí que le dijera al señor que devolviera el reloj: -idiota, ese reloj nada vale. No sé qué pasó al final, pero mamá prohibió que volviera a la casa de la bella señora.
A veces se me complica ordenar en cronología mis infantiles recuerdos debido a que constantemente cambiábamos de barriada. Lo común era que vivíamos muy alejado de los centros. En mi mente desfilan recuerdos de acequias con aguas estancadas y mal olientes o prolongadas gradas con un montón de viviendas en el fondo. En otras ocasiones evoco los gratos recuerdos de don Lito y doña Luisa. La televisión estaba en sus primeros pasos y ellos permitían que la chiquillada disfrutáramos de las historias dibujadas mientras preparaban tortillas para surtir pulperías cercanas y almuerzos encargados por empleados del Concejo Nacional de Producción.
Antes de un año la enfermedad de mi madre la obligó nuevamente a internarse en el hospital. Ese fue el rompimiento definitivo con la escuela y en vez de lloriquear me propuse buscar trabajo. Necesitaba alimentar a mis dos hermanos.
No preciso exactamente como conocí a doña Tina y su esposo don Rigo, tampoco como llegué al negocio sin conocer San José. Tenían una soda cercana al periódico La Prensa Libre. Asistía de lunes a viernes desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Mi paga incluía el almuerzo más dos colones y medio al día. Sabían que mis hermanos quedaban encerrados permitiendo llevar la comida que no se vendía. Sin que se enteraran cargaba un poco más para compartir con doña Rosa y don José, vecinos que les vigilaban ante cualquier emergencia.
Desesperada por la ausencia de mi madre fracasé en dos ocasiones de intento de ingresar al hospital. Me sentía sola. Por más que trato no logro ubicar donde estaba mi hermana. Se me dificultaba desenvolverme…después de varios meses mamá regresaba. La encontré al entrar a la vivienda. Le conté que venía de trabajar. Envolviéndome con mirada triste pasó su débil y blanda mano sobre mi cabellera…después de tanto tiempo conseguía dormir tranquila…
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