LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Nabil Mouaffak, Fundador del Movimiento Goicoechea Resucita).- ¿Te imaginas vivir sin internet, redes sociales o tu celular? Hoy parece impensable. Sin embargo, hace apenas unas décadas, la humanidad vivía sin todo esto. La revolución tecnológica nos alcanzó a una velocidad vertiginosa, transformando de forma radical la manera en que nos comunicamos, trabajamos, aprendemos y hasta cómo nos relacionamos. Vivimos en un mundo digitalizado donde todo está a un clic de distancia, pero también en una realidad donde ese mismo clic puede desconectarnos de lo esencial: la vida real.
Sin duda, los
avances tecnológicos han sido un hito en la historia moderna. La comunicación
global es casi instantánea, los negocios internacionales se mueven con más
agilidad que nunca, y el acceso al conocimiento se ha democratizado. La
medicina ha dado pasos gigantes gracias al monitoreo remoto y los diagnósticos
más precisos. Incluso en los hogares, la tecnología ha traído confort,
seguridad y eficiencia.
Hoy podemos
estudiar una carrera en línea, ver una película en cualquier momento, hacer una
videollamada con alguien del otro lado del mundo, y hasta recibir un paquete en
casa pocas horas después de pedirlo desde el celular. Se han creado nuevas
profesiones digitales, como los influencers o analistas de datos, y se han
reformulado los empleos tradicionales a través del teletrabajo. Es un cambio
innegable, poderoso y muchas veces positivo.
Pero no todo es
brillo en este universo digital.
La otra cara de
la moneda nos exige una mirada crítica. Estar permanentemente conectados puede
generar ansiedad, adicción a las redes, baja autoestima y aislamiento
emocional. Nos hemos vuelto dependientes del teléfono, incapaces de
desconectarnos sin sentir angustia. Dormimos peor, estamos más dispersos, y
nuestras relaciones personales —aunque virtualmente más amplias— se han vuelto
más superficiales.
Nos cuesta
concentrarnos, saltamos de una aplicación a otra sin rumbo, y muchas veces nos
sentimos más solos que antes, a pesar de estar rodeados de “likes” y
seguidores. El consumo desmedido de contenidos digitales afecta nuestra
productividad, nuestras emociones y nuestra salud mental. En vez de aprovechar
la tecnología para vivir mejor, terminamos siendo arrastrados por ella,
perdiendo la capacidad de disfrutar el momento presente sin necesidad de
capturarlo o compartirlo en tiempo real.
Por eso, urge
reflexionar.
La tecnología no
es buena ni mala en sí misma. Es una herramienta. Pero como cualquier
herramienta poderosa, debe usarse con responsabilidad. No podemos permitir que
nos convierta en robots, que nos aleje de lo humano, de lo espontáneo, de lo
natural. Educar sobre el uso consciente y equilibrado de la tecnología es un
reto del presente, no del futuro.
Aprender a
desconectarnos también es parte de estar conectados con lo que realmente
importa: la familia, los amigos, el entorno, uno mismo. No se trata de rechazar
la tecnología, sino de ponerle límites, de usarla como un puente, no como un
muro.
La revolución
digital ya es parte de nuestras vidas, pero depende de nosotros decidir si
queremos ser sus esclavos o sus beneficiarios. Porque al final, la tecnología
debe estar a nuestro servicio, no al revés.
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