LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Kattia Calvo Cruz).- Las palabras de la diputada Pilar Cisneros tocaron una fibra incómoda, pero necesaria, al recordarle a la expresidenta Laura Chinchilla que la crisis de seguridad que hoy vivimos no es un fenómeno nuevo ni mucho menos exclusivo de la administración actual. Es, más bien, la factura atrasada de décadas de permisividad, corrupción y complicidad política.
¿Ya
se les olvidaron los nombres de Robert Vesco, Rafael Caro Quintero, Leonel
Villalobos o Ricardo Allen? Figuras del crimen organizado que encontraron en
Costa Rica un terreno fértil gracias a la complacencia de gobiernos del
bipartidismo, que no solo les abrieron las puertas, sino que también les dieron
facilidades, impunidad y colaboradores incrustados en los poderes de la
República.
El
resultado fue un país con controles migratorios endebles y un ecosistema
perfecto para que florecieran las mafias. No se trata de una invasión reciente:
llevamos años incubando este cáncer. Basta recordar las épocas de las bandas de
chapulines, de los asaltos a plena luz del día, de los cadenazos y los
arrancados de aretes que dejaban a mujeres y niñas sangrando en las calles.
Eran tiempos en que portar un celular o unos lentes de marca podía costar la
vida.
Esos
grupos no desaparecieron: se transformaron, fueron absorbidos por las redes del
narcotráfico y el sicariato, y se armaron hasta los dientes. Y lo hicieron con
paciencia, con años de ventaja sobre nuestras instituciones.
Hoy
desmantelar esas estructuras no será tarea fácil. Se requiere voluntad
política, leyes actualizadas y un Poder Judicial que deje de ser la promotora
de la famosa “puerta giratoria”. Mientras los delincuentes entren y salgan de
la cárcel como si fuera un hotel, el esfuerzo policial será en vano.
El
gobierno de Rodrigo Chaves ha hecho lo suyo, guste o no. Culparlo
exclusivamente es un acto de cinismo político. Quienes ahora alzan la voz con
dedo acusador deberían, al menos, reconocer que fueron corresponsables de que
la sangre llegara al río.
Por
eso, el recordatorio de Doña Pilar no fue un ataque gratuito, sino una llamada
de atención: basta de politiquear con una tragedia social que se viene gestando
desde hace décadas. Si la memoria flaquea, al menos que no falte la valentía
para aceptar responsabilidades.
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