Ken García, de 22 años, decidió emprender el incierto camino de San Pedro Sula, Honduras, a la frontera sur de Estados Unidos, cuando su segunda hija apenas había cumplido un mes de vida.
“Con todo el dolor de mi alma tuve que dejar a mi mujer que tiene un mes de parida y venirme con mi hijo para buscar un futuro, porque nuestro país no nos apoya”, dijo García, quien se unió a la segunda caravana de migrantes que salió de San Pedro Sula, Honduras, el 12 de octubre de 2018, cruzó Guatemala y llegó a la frontera sur de Estados Unidos un mes después.
La mayoría de los aproximadamente 7.000 hondureños que emprendieron ese viaje, todavía se encuentra en albergues temporales en Tijuana, México, en condiciones de hacinamiento, a la espera de que las autoridades estadounidenses puedan procesar sus peticiones de asilo, mientras que unos 3.000 han regresado a Honduras. A su vez, unos 15.000 hondureños preparan una nueva caravana que salía el 15 de enero, a la que se esperaba se unieran migrantes guatemaltecos y salvadoreños.
García viajaba con el pequeño Moisés Enrique, su madre, su suegra, una hermana y una cuñada: el éxodo de una familia entera, desesperada porque sus integrantes no encuentran empleo y el dinero no les alcanza para cubrir necesidades básicas como el alquiler de la casa y la comida.
Los García forman parte del 69% de hondureños que vive en condiciones de pobreza, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). La pobreza en el país centroamericano ha aumentado en un 5% durante los últimos diez años y al cierre de 2017, un total de 379.203 coterráneos se sumaron a la lista de pobres.
Ante estas condiciones, un creciente número de centroamericanos, como los García, está optando por migrar en familia, muchos de ellos con niños. Como resultado, el número de familias detenidas por Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) en la frontera sur de Estados Unidos se disparó durante los últimos meses de 2018, de 12.760 personas en agosto a 25.172 personas en noviembre.
También ha ido en aumento la migración de menores no acompañados, como Jonathan Alexander Losán Cruz, de 14 años, que en su mayoría huyen de la violencia pandillera.
“Me vine escapado”, dijo el niño. De semblante serio, contó que en el municipio donde vivía, en el departamento de Colón, el cual experimentó un repunte de homicidios en 2018, lo habían asaltado dos veces a punta de pistola.
Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, el número de niños migrantes recluidos en centros de detención ha aumentado de 2.400 en mayo de 2017 a 12.800 en septiembre de 2018.
Sueño inconcluso
El sueño de Melvin Josué Gómez era el mismo de todos los jóvenes que viajaban en la caravana: llegar a Estados Unidos, encontrar un empleo que le permita enviar remesas a su familia, y regresar a Honduras después de unos años. Gómez nació y creció en Chamelecón, un populoso barrio ubicado al sur de San Pedro Sula, que se ha convertido en una zona de guerra controlada por dos pandillas rivales: la Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18.
Un retén permanente de la Policía Militar que vigila cada entrada y salida en la única vía de acceso, ha comenzado a apaciguar ese sector de San Pedro Sula, ciudad que fue reconocida como la más peligrosa del mundo durante cuatro años consecutivos (de 2011 a 2014).
A partir del 2014, la tasa de homicidios en esa ciudad ha ido en descenso y entre 2016 y 2017 se redujo de 107 a 52,5 por cada 100.000 habitantes, según estadísticas del Observatorio Nacional de la Violencia de la Universidad Autónoma de Honduras, aunque el país, en su totalidad, cerró el 2017 con 3.791 homicidios (42,8 muertes violentas por cada 100.000 habitantes).
Pero la tensa calma que hoy se vive en Chamelecón es de poco consuelo para cientos de jóvenes como Gómez, que no logran encontrar empleo, ya que la mayoría de las empresas les cierran las puertas a los jóvenes que provienen de las llamadas “zonas rojas”.
Sintiéndose atrapado por esta espiral de pobreza y violencia, Gómez decidió unirse a la caravana. Llegó a México, pero jamás llegaría a la frontera sur de Estados Unidos.
México: un giro en política migratoria
Mientras que el gobierno de Donald Trump permanece atrincherado en su postura anti-migrante, en México, la victoria del candidato de centro-izquierda Andrés Manuel López Obrador, presagia un giro en su política migratoria.
En 2014, ante la llegada de una ola de menores centroamericanos no acompañados a la frontera sur, el expresidente mexicano Enrique Peña Nieto anunció entonces el Programa Frontera Sur, el cual reforzó las medidas de seguridad en 12 puntos fronterizos con Guatemala y Belice. Las autoridades mexicanas también impidieron que los migrantes siguieran utilizando el tren conocido como “La Bestia”, para llegar a la frontera norte de México.
Con la implementación de esta política, desde 2014, México se convirtió en el principal expulsor de indocumentados centroamericanos, llegando a superar la cifra de deportaciones de centroamericanos desde Estados Unidos. De enero de 2015 a septiembre de 2018, México deportó a 436.125 guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, mientras que Estados Unidos deportó a 293.813 en el mismo periodo.
Pero durante la campaña presidencial, el presidente López Obrador dejó entrever que México dejaría de actuar como un filtro migratorio: “Los vecinos del norte quisieran que les continuemos haciendo el trabajo sucio y que se detuviese a los migrantes centroamericanos que huyen por la violencia y por miseria”, dijo durante un debate en mayo de 2018.
La nueva secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, señaló que el presidente López Obrador, quien tomó posesión en enero de este año, ofrecerá visas de trabajo a los migrantes centroamericanos para que participen en la construcción de obras de infraestructura y en la reforestación de la cuenca del Río Usamacinta, en el sur de México.
Su objetivo, agregó la funcionaria mexicana, es impulsar el desarrollo en el Triángulo Norte centroamericano para que las personas no se vean obligadas a migrar a causa de la pobreza y la violencia.
“Vamos a dar visas de trabajo, vamos a construir el Tren Maya, el Tren Transístmico, vamos también a plantar cuatro millones de árboles, vamos a darle trabajo a nuestros mexicanos y a migrantes que vengan a nuestro país con el tema de construir también algo importante”, dijo Sánchez Cordero el pasado octubre.
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