Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Las vivencias por las que una vez transitamos nos acompañan deambulando en los rincones de nuestras mentes y formando parte de nuestro metabolismo. Estas moléculas de experiencia se van impregnando en nuestra epidermis que, sin pretenderlo, de vez en cuando se estimula al desprenderse algún fragmento del pasado o simplemente escuchamos alguna melodía que no recordábamos y nos enrumba a lo lejano.
Algo similar sucedió con Mercedes…
En la tarde de un fin de semana en los albores de 1980 un sector de El Alto de Guadalupe cambió la tradicional fisonomía de paz que inundaba la vecindad. Un amigo nuestro, matando dos pájaros con una piedra, combinó el estreno de su equipo de sonido de componentes con una actividad social.
Era una estrategia de ubicación porque el agradable sonido se escuchaba a varias cuadras. No necesitaba explicar porque conforme llegábamos comenzábamos a admirar dos enormes parlantes expuestos y hacia un lado, el amplificador, el tornamesa y varias cajas con discos de acetato de larga duración y sencillos de 45 revoluciones por minuto.
El tamaño de los cobertores de cartón de los “long play” exponían el arte popular de la época con diseños y fotos de los intérpretes.
Una elegante y atractiva señora salió de la casa y le dijo algo al oído. Antes que ella se devolviera sobre sus pasos nuestro amigo la presentó como su madre y discretamente bajó el volumen para conversar sin necesidad de levantar la voz.
Los vientos y el frío decembrino de Goicoechea nos forzaron a buscar el calor hogareño entre paredes donde relucieron las infaltables guitarras.
De esa manera conocimos a Mercedes, la hermana menor de nuestro anfitrión.
Mercedes estaba ausente cuando llegamos porque andaba visitando unas amigas. Regresó junto con ellas para cambiar de ropa y volver a salir, pero al encontrarse con el acogedor momento decidieron cambiar de planes. Entre todas las bellezas Mercedes destacaba por soltura, simpatía y un aura especial. En su espontaneidad demostró que le gustaba cantar, bailar y disfrutar el momento.
Esa inolvidable velada fue el comienzo de una cofradía que nos reuníamos de vez en cuando. Mercedes se encargaba de contactar a toda/os para que la actividad no se “enfriara”.
Mercedes era amistosa con toda/os y normalmente dedicaba bastante espacio para conversar con sus amigas, pero cronometraba el tiempo e interés con los hombres en demostración que ninguno le era especial.
En ese entonces era muy inocente y no conocía de amoríos por lo que me asombré cuando una amiga en común preguntó si me sentía atraído por “la Meche”.
¿A quién no? Pregunté ensimismado mientras recordaba su rebelde y atractivo cabello cobrizo que le llegaba a media espalda. Sus bellas facciones y atractivo rostro que remataba en dos pequeñas lagunas que mataban con su verde mirar.
Anduve con la pregunta por algún tiempo y percibía algo especial cuando se me acercaba, pero no encontraba la fórmula para traicionar la relación del grupo tan bonita que manteníamos. ¿Cómo podrían reaccionar los amigos?
Aconteció un sábado por la noche. No recuerdo la forma en que coordinamos ni donde nos encontramos, pero se dio el encuentro.
Esa noche estaba invitado a una actividad social en Santa Ana y allí llegamos. Era la chica más linda y hermosa y como siempre se convirtió en el centro de atención.
Mientras atravesábamos el portal de la entrada se colgó de mi brazo entrelazando nuestras manos a la menor oportunidad.
Nunca olvidaré que esa fue la única noche donde aspirando la cercanía de su fragancia logré zambullirme en el verde esmeralda de su mirar.
Después de varias y cortas salidas en solitario nos separó el hecho de no afrontar la situación. Nunca encontramos la manera de desgajar nuestro camino del de la ruta que transitaba la sociedad en que nos habíamos convertido. La llama se fue desvaneciendo lentamente sin que nos diéramos cuenta y sin dolor.
Después de algunos años, un sábado a las tres de la tarde fue la última vez que la miré…
Ella estaba en la arcada de la iglesia de Moravia que completamente engalanada recibía la flor más bella de la comarca. Un sentimiento extraño me exigió salir antes que ella llegase al altar. El lunes siguiente mentí a un par de preguntas respondiendo que mi retiro había sido por malestar estomacal…
Una olvidada canción y el enorme parecido a ella de un arte enviado por un amigo de una red social fue el estímulo a contar su huella en mi existencia…
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