Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- No recuerdo exactamente los detalles porque sucedió en mi extraordinaria niñez…papá acababa de apagar los dos estruendosos motores de la planta de sigatoka en Finca Cuatro retornando de inmediato el sonido natural de la brisa de montaña que inclinaba mansamente las matas del bananal.
El Ferrocarril del Sur proveniente de Golfito había hecho una imperceptible parada para utilizar el teléfono lo que aprovechó el “Hermano Silbidos” para abandonarlo e iniciar su recorrido comercial.
Nunca supe su verdadero nombre (creo era Wilfrido) porque en su afán de venta volvía la mirada a quien le llamase de cualquier forma. También ignoraba si había nacido con lenguaje diferente por el extraño articular que se amplificaba con los chocantes y diferentes sonidos escapados entre frases (por eso silbidos). Para establecer empatía comercial, al nombre del posible comprador le anteponía la familiar expresión (de ahí hermano).
A papá le llamaba “el ‘arbano’ Betico”. Abría una gran valija delatora de su constante y duro trajinar y no se iba hasta que le comprara algún artículo o le invitase a cualquier aperitivo.
Si en el lejano 1957 al distante Palmar Sur no llegaba la navidad (por lo menos como en otras ciudades) imaginemos lo que sucedía en la periferia de las fincas repletas de familias centroamericanas y (siempre me preguntaré el por qué) uno que otro europeo. Los gringos no contaban porque habitaban en otra dimensión.
La cercana y alejada relación con la navidad era el desfile que organizaba en la Finca Cinco la nicaragüense Chavela Guido y su esposo “El Poeta” (único nombre por el que le conocí).
A inicios de octubre comenzaban a seleccionar y reclutar las niñas más atractivas que en poco tiempo serían casaderas para enseñarle los cánticos para el desfile del ocho de diciembre. Después engrosaba las filas con hombres y mujeres que vestidos y pintorreados como aborígenes recorrían de ida y venida la oscura calle que comunicaba con Finca Cuatro y Finca Tres. El camino se iluminaba con los faroles y las piedrecillas del camino crujían conforme las aplastaban más de tres centenas de zapatos al unísono.
- ¿Quién canta con tanta alegría? - La procesión de María…
La primera quincena de diciembre se vivía intensamente en los barracones vecinos a los organizadores de la gritería donde el agua era sustituida después de las cuatro de la tarde por la “chicha” de maíz fermentado en barriles de madera y se visitaban los pocos portales que recordaban el nacimiento separador del antes y después de nuestra historia.
El “hermano Silbidos” abrió la desvencijada maleta al alcance de mi vista y al ver tanta chuchería supuse que una vez fue el establo de las dos cabezas de caballo con melena amarillenta que amanecía bajo nuestra almohada el (los) veinticinco de diciembre para después (estratégicamente) aparecer papá con dos varas de bambú y completar los caballos con los que galopábamos largas horas a la orilla de la casa, o la fundición donde fabricaban las marimbas de latón con que nos despertaba Erick, nuestro hermano menor en ese entonces.
A mediados de enero (contaban que conforme el interés infantil se disipaba) los duendes se organizaban y recogían los regalos que los humanoides (por cualquier motivo) no utilizábamos. Papá se adelantaba (a los gnomos)) y guardábalos celosamente hasta la próxima navidad.
“Silbidos” mostró una imagen a papá y le escuché responder que él prefería a “La Nigüenta” …-Mejor duende, escuché refunfuñar al primero antes de emprender la retirada.
Días después encontré en el piso el cromo que en la premura el vendedor había olvidado.
Me encontraba en Paso Canoas a inicios de mi juventud cuando contra la vidriera de un escaparate la fisonomía de un muñeco llamó mi atención. Después de reconocerlo decidí comprarlo al regreso mas cuando volví no lo encontré. La vendedora me dijo que era el último y sentí su pícara sonrisa al verlo en la paquetería de otra compradora cuando pasó a mi costado.
Mi principal riqueza fue haber sobrevivido tranquilamente hasta el 2021…en la última semana de noviembre, mi esposa (procedente de un taller de manualidades) colocó una figura mirando hacia la puerta.
Tres días después descubrí que se trataba del Duende Fortunato oteando el momento en que la buena fortuna pasara frente a la casa para invitarla a ingresar y convertir nuestra morada en la cuna de la felicidad.
Lucía elegante y acorde con la ocasión. Observé su inseparable cofre y supuse que en sus bolsillos podría andar uno o dos teléfonos móviles utilizando el internet.
La cirugía que le había hecho la doctora de muñecos cuando se percató que le habían colocado los ojos al revés no se notaba y en un sueño me comentó:
-Debido a que el tiempo de fortunas pasó ahora vigilo más la salud, alejo de los hogares la pandemia...máxime con la variante temida del Ómicron…
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