Historias de El Cañal: El perdigón

Doña Paulina escuchaba asombrada la recomendación de su vecina para ayudarle a mermar la marimba de hijos que año con año aumentaba la escasa población de El Cañal…

Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)

LA VOZ DE GOICOECHEA.- Cerca de media docena de ranchos diseminados a los flancos del largo y polvoriento camino es la señal que en aproximadamente media hora llegarán a la casona. Era la pista que doña Paulina y su esposo daban cuando les pedían la dirección de Pozo de Agua de Nicoya, el lugar donde vivían.

No era mucho lo que se sabía de la escasa ranchería de El Cañal porque cuando los primeros pobladores llegaron ya estaban asentados y parecía desde mucho tiempo atrás a juzgar por la tonalidad de los horcones y la exactitud del entretejido de las palmas de las techumbres que delataban una misma autoría. Los pisos de tierra oscura moldeadas por las pisadas de pies descalzos se mantenían límpidos contrastando con los terrones amarillentos circundantes quemados por el ardiente sol nicoyano. No había muchos pobladores, la mayoría de avanzada edad y poco comunicativos dedicados los hombres a la alimentación de cerdos y las mujeres a las gallinas en torno al árbol donde subían en busca del refugio conforme atardecía.

Entre la espesura del último rancho y la casona de doña Paulina se encontraba el rústico puente sobre el arroyo que nacía al pie del árbol del terciopelo que con los años su hija Camila añadiría lágrimas a los últimos brotes del ojo de agua cuando lo encontró en el suelo con heridas mortíferas de hacha por doquier.

Después del café con tortillas y “cuajada” escuchó decir:

-Paulina… ¿No has pensado en dejar de parir?

Doña Paulina haciendo eco de las palabras de Fermín murmuró... ese es asunto divino...

Cuando la figura de la comadre desapareció del camino Paulina abrió el viejo baúl donde Fermín tenía escondidos varios rifles sobrevivientes a la memoria de sus antepasados encontrando algunas municiones. Escogió tres con diferente tamaño guardándolas en una bolsa del colorido delantal que nunca abandonaba.

Todas las tardes revisaba los perdigones mientras se preguntaba la manera en que podían cortar los embarazos que en el fondo la preocupaban por diferentes motivos. Al retorno de la visita de la comadre largo tiempo después colocó las municiones sobre el moledor mientras preguntaba:

Comadre… ¿Cómo me había contado que se hace para no quedar embarazada?

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