LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Equipo Editorial).- Por décadas, el comercio internacional ha navegado bajo el principio de la nación más favorecida, que permitía a los países miembros de la OMC operar bajo reglas comunes, con aranceles estandarizados y acuerdos multilaterales como base. Esa era está llegando a su fin. La reciente oleada de aranceles impuesta por la administración Trump representa no solo una respuesta proteccionista, sino una transformación estructural del sistema comercial global. Centroamérica y el Caribe no pueden —ni deben— ignorar esta sacudida sísmica.
Con
la implementación de un arancel base mínimo del 10% y tarifas “recíprocas” que
alcanzan hasta el 50% para ciertos países, Estados Unidos ha dejado atrás la
diplomacia comercial tradicional. Ya no se trata de medidas específicas contra
sectores sensibles o países como China. Esta nueva política engloba
prácticamente toda la economía global y desdibuja la certidumbre sobre la que
muchas naciones, incluidas las nuestras, han construido sus estrategias de
desarrollo e inversión.
A
pesar de que algunos países como México y Canadá han recibido exenciones
parciales, el resto del mundo enfrenta una escalada de costos que impactará
directamente en las decisiones empresariales, cadenas de suministro, y precios
al consumidor. Y lo más preocupante: la incertidumbre se ha convertido en la
nueva constante.
Para
nuestros países, altamente dependientes de las exportaciones y de las
inversiones extranjeras, esta nueva realidad impone preguntas ineludibles.
¿Estamos preparados para competir en un entorno donde los acuerdos bilaterales
sustituyen los tratados amplios? ¿Podremos reconfigurar nuestras cadenas
productivas en un contexto de tarifas impredecibles? ¿Cómo blindamos nuestras
economías ante el riesgo de quedar fuera de las “nuevas alianzas” comerciales
que ya comienzan a gestarse sin Estados Unidos?
La
respuesta no está solo en adaptarse, sino en anticiparse. Las empresas
centroamericanas y caribeñas deberán fortalecer su músculo geopolítico,
analizar mercados alternativos y considerar seriamente el valor de alianzas
regionales más sólidas. La integración no puede seguir siendo una aspiración
discursiva; debe convertirse en una estrategia operativa. Igualmente, los
gobiernos deberán asumir un papel más activo en la negociación de excepciones,
así como en la promoción de políticas que mitiguen el impacto en sectores
productivos clave.
Esta
guerra comercial no se libra únicamente en los puertos o en los salones
diplomáticos. También se decide en las oficinas de planificación empresarial,
en los ministerios de comercio y en la capacidad de nuestras sociedades para
reinventarse. Lo que está en juego no es solo el acceso a mercados, sino la
viabilidad misma de nuestros modelos de crecimiento.
La historia recordará este momento como el inicio de una nueva era del comercio internacional. Una era sin rutas fijas ni refugios seguros. Donde adaptarse rápido, construir resiliencia y negociar con inteligencia no serán ventajas, sino condiciones mínimas para sobrevivir.
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