LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Nabil Mouaffak, Fundador del Movimiento Goicoechea Resucita).- La igualdad, en su concepto más puro, es la garantía de que toda persona será tratada con la misma dignidad y tendrá los mismos derechos y oportunidades, sin importar su raza, género, clase social, creencias u orientación sexual. Sin embargo, cabe preguntarse si en la práctica estamos aplicando correctamente este principio, o si, por el contrario, lo estamos distorsionando al intentar corregir viejas injusticias con nuevas formas de exclusión.
Un claro ejemplo para abordar esta
reflexión es el tema de la igualdad de género, especialmente en el ámbito legal
y social. Durante siglos, las mujeres estuvieron relegadas a un segundo plano,
privadas de derechos básicos como el voto, la educación o el control sobre su
cuerpo. El feminismo, en sus distintas olas, ha sido una herramienta poderosa
para visibilizar esta desigualdad histórica y lograr avances significativos.
Hoy, las mujeres en Costa Rica pueden ser electas, estudiar libremente,
trabajar en lo que deseen y acceder a mecanismos legales de protección.
No obstante, algunas medidas adoptadas
para garantizar esta igualdad han encendido el debate. Por ejemplo, la
imposición de paridad obligatoria en listas de candidaturas políticas —aunque
bien intencionada— podría sacrificar el principio de meritocracia, donde las
personas deberían ser seleccionadas por su capacidad y no por cumplir una cuota
de género. Si la igualdad busca justicia, no puede traducirse en exclusiones
inversas o en restricciones que, en nombre del equilibrio, terminen generando
nuevas formas de injusticia.
También en el ámbito social se
presentan contradicciones. El concepto de violencia intrafamiliar suele
asociarse de forma casi automática al hombre como agresor, cuando también
existen numerosos casos en los que el hombre es la víctima. La igualdad ante la
ley debe garantizar protección sin prejuicios, y reconocer que la violencia no
tiene género.
Asimismo, el uso del término
“femicidio” ha sido vital para evidenciar y combatir la violencia de género.
Pero en algunos contextos, su aplicación mecánica —sin considerar si el crimen
fue motivado realmente por el género— puede desvirtuar el concepto y afectar la
percepción social de la justicia.
Es importante dejar claro que este
análisis no busca minimizar los logros alcanzados por las mujeres, ni la
urgente necesidad de seguir combatiendo la discriminación en todas sus formas.
Pero sí es un llamado a replantear qué entendemos por igualdad. ¿Debe consistir
en forzar una simetría en los números o en asegurar que todas las personas, sin
distinción, puedan desarrollarse plenamente según sus méritos?
Una igualdad verdadera no debería
necesitar adjetivos. No debería hablar de “ellas y ellos”, de blancos y negros,
de heterosexuales y homosexuales. Debería hablar de ciudadanos con los mismos
derechos, frente a las mismas obligaciones, bajo las mismas reglas. Una
igualdad que, más que contar cupos o dividir espacios, construya una sociedad
donde la equidad esté al servicio de la justicia, y no de las ideologías.
Solo cuando logremos una sociedad
donde no sea necesario seguir hablando de “igualdad” como una lucha, sino como
una realidad conquistada, sabremos que hemos alcanzado el verdadero propósito:
una justicia que no distingue, sino que une.
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