Un Labubu es el nuevo Birkin

 

LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Alicia González).-  Detrás del fenómeno desatado por estos muñecos hay toda una estrategia que activa una serie de mecanismos psicológicos propios de las adiciones.

Un Labubu cuelga de un bolso de Hermés en una subasta de estos muñecos celebrada en Pekín el pasado 10 de junio.TINGSHU WANG (REUTERS)

Para los no iniciados, un Labubu es un peluche (feo) coleccionable que desean tanto niños como adultos. Para los que no tienen que buscar de qué estamos hablando, el mundo de los Labubus se ha convertido casi en símbolo de pertenencia tribal y para algunos en un estilo de vida. Se trata de un muñeco inspirado en la mitología nórdica, una mezcla de conejo y elfo con dientes afilados, creado por el artista hongkonés Kasing Lung hace una década para la serie The Monsters, que se ha vuelto viral en el último año y está redefiniendo el lujo. Son el accesorio del momento, como nos contaba ya hace unos meses Claudia Farnós.

Basta con teclear la palabra Labubu en cualquier red social y todo un mundo se abrirá ante sus ojos. Son muchos los famosos entregados a la causa, requisito imprescindible para la viralidad: el exfutbolista David Beckham, la actriz Hilary Duff, el diseñador Marc Jacobs, la cantante de Blackpink Lisa o la mítica Cher llevan uno de estos muñecos colgados de sus bolsos y lo exhiben con profusión en sus redes. Incluso Prada (que el diablo la perdone) ha creado un par de modelos para los Labubus, prueba de la exclusividad que rodea a estos muñecos. Tanto que, ante el auge de este tipo de accesorios, firmas de lujo como Louis Vuitton están creando sus propios peluches para bolsos. Pero si hay un dato que confirma que los Labubus son lo último de lo último es el hecho de que la reina del pop y de la modernidad, Madonna, ha celebrado su 67º cumpleaños soplando las velas de una tarta con forma de este muñeco, vestido con el sujetador cónico que Jean-Paul Gaultier diseñó para ella hace años.
Detrás de este fenómeno hay toda una estrategia que activa una serie de mecanismos psicológicos propios de las adiciones. Cada Labubu cuesta entre 12 y 15 dólares (redondeando entre 10 y 13 euros) o hasta 25 y 30 dólares en el caso de las ediciones especiales. Los muñecos se venden en una caja cerrada, lo que significa que directamente no sabes qué estás comprando. Precisamente, cada caja cerrada activa la dopamina de la incertidumbre, un subidón similar al que produce una máquina tragaperras. El muñeco está diseñado para enganchar: es lo bastante tierno como para ser adorable, lo bastante feo como para ser gracioso, y lo bastante raro como para que quieras “solo uno más”. Y nunca es uno más.

La empresa que lo montó y lo comercializa, Pop Mart, conoce perfectamente los resortes del cerebro y ha apostado por crear ediciones limitadas, colaboraciones con diseñadores o celebrities, variantes imposibles de conseguir… El miedo a perderse algo (fomo, en sus siglas en inglés) convertido en base del negocio. Cada Labubu es una excusa para el siguiente; el consumidor pasa de reírse de “ese muñeco raro” a justificar haber pagado por un modelo exclusivo lo mismo que por un viaje low cost a Lisboa. No es broma. Cuando se abrió la primera tienda en España, en Barcelona, las colas por hacerse con unos cuantos ejemplares eran kilométricas. Muchos justifican la compra convulsiva como una inversión. De hecho, a su alrededor se ha montado un mercado de reventa de los ejemplares más raros que dispara su precio hasta los 300 dólares e incluso 7.000, en el caso de los modelos más especiales. Ningún activo tiene una revalorización semejante.



La Labubumanía ha hecho multimillonario al fundador de Pop Mart, Wang Ning. Con sus apenas 38 años es una de las 10 mayores fortunas de China, y Forbes lo ha incluido en su top 10 mundial. También se ha convertido en una herramienta del soft power diplomático chino. Donde antes estaban las películas del Oeste o la muñeca Barbie, ahora tenemos los peluches chinos.


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