A finales del siglo XIX, cuando Costa Rica aún tejía sus instituciones entre cafetales y cabildos, imaginemos una escena improbable, pero luminosa: cinco pensadores medievales llegan a Goicoechea, convocados no por la historia sino por la necesidad de pensarla. San Agustín, Tomás de Aquino, Al-Farabi, Dante Alighieri, y Marsilio de Padua se reúnen en la plaza de Guadalupe, bajo un cielo encapotado, frente a la escuela recién inaugurada y la iglesia colonial que marca el pulso espiritual de la comunidad
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (Gapo), escritor).- No vienen como fantasmas ni como santos,
viajan como voces vivas que dialogan con Rancho Redondo, Purral, Mata de
Plátano, Ipís, Guadalupe y San Francisco. Cada uno trae consigo un libro, una
idea, y una urgencia.
Vestido con túnica sencilla, San Agustín
enseña “La Ciudad de Dios”. Se sienta en una banca de madera, observando al
pueblo como si fuera una alegoría viviente entre lo eterno y lo temporal. Habla
con los jóvenes sobre la gracia, la voluntad, y la historia como providencia. Posteriormente,
su presencia se evocará en las fiestas patronales en Sarapiquí y Santa Ana, donde
celebrarán su legado. “La verdadera ciudad no se edifica con piedra sino con
justicia”, dirigiéndose al cabildo local.
Con hábito dominico y mirada serena, Tomás
de Aquino se instala en la escuela, da una clase improvisada sobre el bien
común y la ley natural. Su voz resuena entre los pupitres de madera. Cita a
Aristóteles y a Cristo con igual soltura. En Costa Rica, su pensamiento
influirá en la educación católica, y en estudios filosóficos como los de la
Universidad de Costa Rica. “La ley no es más que razón ordenada al bien común”,
escribe en la pizarra con tiza blanca.
Vestido con ropas de sabio oriental, Al-Farabi
se detiene frente al cabildo. Habla de la “Ciudad Virtuosa”, donde el
gobernante es filósofo, y el pueblo busca la perfección. Su presencia
desconcierta a algunos, pero fascina a estudiantes de música y lógica. Aunque
no hay registros directos de su influencia en Costa Rica, su pensamiento sobre
la armonía política resonará en los debates sobre el Estado y la educación. “La
música y la política son hermanas: ambas ordenan el alma”, dice mientras toca
un instrumento de cuerda.
Con capa oscura y la “Divina Comedia” en
mano, Dante camina por el cementerio de Guadalupe. Habla con poetas locales
sobre justicia, redención, y el destino de las almas. En San Vito, su legado
vivirá en la Dante Alighieri fundada por descendientes italianos en 1983. En
San José, su nombre dará vida a centros culturales que enseñarán italiano y
promoverán su obra. “El infierno no está en el fuego sino en la indiferencia”,
murmura, al ver la desigualdad en el pueblo.
Con gesto firme y mirada crítica, Marsilio
de Paula se dirige a las autoridades. Habla de la “Defensor Pacis”, de la
necesidad de separar Iglesia y Estado. Su discurso incomoda a algunos clérigos,
pero inspira a jóvenes abogados del pueblo. Aunque no hay referencias directas
a Centroamérica, su pensamiento sobre el Estado laico anticipa debates que
Costa Rica enfrentaría en el siglo XX. “El poder político nace del pueblo, no
del altar”, proclama desde el quiosco de la plaza.
Al caer la noche, los cinco se reúnen en
la casa comunal. Comparten café, pan casero, y un diálogo que trasciende
siglos. Los vecinos los escuchan como si fueran profetas, sabios, o simplemente
hombres que han pensado profundamente sobre el destino humano.
La lluvia cesa. En la casa comunal
iluminada por candiles y candelas, los cinco pensadores se reúnen alrededor de
una mesa de madera. Afuera, los vecinos se agrupan en silencio escuchando a
través de las ventanas abiertas. Adentro, se sirve café chorreado, tamal asado,
y agua dulce de tapa. La atmósfera es íntima, casi sagrada...
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Goicoechea, San José - Costa Rica
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