Elías Zeledón Cartín: El Oso de las Bibliotecas

Por Gerardo A. Pérez Obando (Gapo)

LA VOZ DE GOICOECHEA.- Elías fue (es) muy conocido en el ámbito de la investigación literaria del país. Basta escribir su nombre en cualquier explorador cibernético para conocer su trayectoria.

Su paso laboral y profesional siempre estuvo entrelazado con literatura y cultura: Banco Popular y Desarrollo Comunal, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, Biblioteca Nacional, Dirección General de Museos, Dirección de Publicaciones, Escuela Casa del Artista.

Sus raíces infantiles en los años 1950 fueron determinantes para orientar su formación académica hacia las actividades en bibliotecología donde encontró su pasión: investigar, recopilar y rescatar escritos, leyendas e historias nacionales que se encontraban flotando en el mar del olvido.

Como es usual, para saber de buena tinta la parte desconocida de su historia se contó con la participación de su hermana Rosario que pese a los apartamientos que usualmente el destino impone en los núcleos familiares y amistosos, sigue viendo a su noble hermano igual a los tiempos de infancia.

El 18 de junio de 1953 nació en San Pedro de Montes de Oca, cerca de la línea del tren en la hoy llamada calle de la amargura. Sus padrinos, igual que su madre cartagineses de cepa, coordinaron bautizarle en la Basílica de Los Ángeles y de paso inscribirlo, con lo cual quedó registrado como nativo en una provincia que nunca habitó.

Su crianza hasta los diez años fue en San Vicente de Moravia centro, su entrañable barriada que en esa época eran poblados rurales a quienes el progreso guiñaba un ojo tentador. Los caseríos se caracterizaban por ser cafetales con árboles frutales, forestales, flores silvestres, aves voladoras, gallináceas, insectos, ardillas, zorros. No existía la televisión.

Don Rafael Zeledón y doña Nelly Cartín hacia 1963 se constituyeron en parte de los precursores de la colonia Rodrigo Facio Brenes en Ipís,

La escuela de Los Ángeles empequeñeció ante la demanda con más de quinientas familias emigrantes lo que llevó al acondicionamiento de seis habitaciones, una por cada año lectivo, al sur del Paseo del Bosque como centro educativo. Elías ingresó a tercer grado y fue parte de los privilegiados de la primera promoción de sexto año.

Desde niño fue propenso a la lectura bajo el estímulo de su padre quien le proveía “paquines”, (las revistas de historietas antecesoras a las fábulas y series televisivas) Tribilín, Archie, El Gato Félix, La Pequeña Lulú, Bat Masterson, El Llanero Solitario.

Era (éramos) coleccionista de cajetillas de cigarrillos (vaticinio del dinero virtual de los rapaces que extendíamos simulando billetes, que sin necesidad de una banca regulatoria tenían el mismo valor en toda localidad).

Apartaba los “paquines” leídos. Con las cajetillas, escogía las extranjeras y apetecidas: Marlboro, Salem, Chesterfield, Kent, Emu. Como no podía faltar la “divisa” nacional para dar “vuelto”, separaba los de la Tabacalera Costarricense: Royal, Ticos, Dominó, León, Capri, Rex, formando un rollo de “billetes”. Cada sábado por la tarde, a escondidas se enrumbaba al cine de Moravia a vender revistas e intercambiar “billetes” hasta una tarde que llegó una clienta inesperada con el “chilillo” maternal terapéutico en la mano. Aunque clandestinamente continuó el negocio, el destino se encargó de clausurarlo cuando le envió a Ipís.

Su contextura era sorprendente, su gran estatura con similar caja toráxica hacía de él una persona corpulenta físicamente inconfundible en cuyo interior moraba una persona amena, agradable, de exquisito gusto y mejores sentimientos. Mi tesis personal fue que a la cigüeña se le alteró el sentido de orientación y en vez de enrumbar a los países nórdicos llegó a nuestro trópico por su aspecto noruego bastante alejado del prototipo latino.

Tuve el privilegio de conocerle. Le encantaba la música. En nuestra juventud nunca tuvimos dinero, tampoco recordamos que hacíamos para conseguir lo que nos hacía feliz. En ocasiones nos reuníamos en su casa y frente a la “consola” escuchábamos su canción instrumental preferida: Brasil, de la cual tenía más de cinco acetatos de larga duración con orquestas variadas. Nos agradaba la voz de Jairo, el cantante argentino de moda y nos identificábamos con la balada “Por si tú quieres saber” antes que el destino nos espoleara a nuestras respectivas veredas.

Elías en varias recopilaciones menciona que no precisa la edad cuando escuchó su primer cuento. Rememora una persona mayor que se deleitaba narrando ficciones maravillosas…a veces fábulas, en ocasiones leyendas…esa buena presencia se fue disipando con el progreso a través de la televisión. ¿Podría haber sido algún mensajero celestial, Hermes, de los dioses griegos, Mercurio de los romanos o un ángel de la era cristiana que le estaban preparando?

Una vez que entre colegas comentaban el mito si en toda librería cohabitan ratones un compañero dirigiendo la mirada a la humanidad de Elías dijo: “no opino porque nunca he visto alguno; lo que puedo decir es que Costa Rica es el único país donde se ha comprobado de un oso inteligente y amistoso que convive entre bibliotecas”.

A Elías le cayó en gracia la ocurrencia. Nunca le incomodó, tampoco molestó y al final adoptó.

Un 11 de octubre del 2014, a 61 años, en la eternidad, narraba sus leyendas ticas al lado de un cuentista, Hermes, Mercurio y su ángel de la guarda acudiendo al llamado de liberación de sus padecimientos terrenales y disfrute del perpetuo gozo.

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