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Discurso en la toma de posiciĆ³n del presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles


Este es nuestro tiempo

Con la solemnidad, gravedad y sentido de responsabilidad histĆ³rica que la Ć©poca nos impone, me honro en recibir esta banda presidencial en tiempos de desafĆ­os importantĆ­simos, no solo para el futuro de nuestro paĆ­s, sino para el destino mismo de la Humanidad.

El pueblo costarricense, al elegirme, puso en mis manos la responsabilidad de conducir el destino patrio durante los prĆ³ximos cuatro aƱos.

Con reverencia y humildad digo: tienen y tendrƔn en mƭ, durante todo ese periodo, a un fiel Mandatario; es decir, a alguien que, a partir de este instante y hasta el 8 de mayo de 2026, aspirarƔ, con todos mis esfuerzos a acatar a cabalidad el mandato de ustedes, cumplir y hacer que se cumpla la voluntad del Pueblo Soberano en todos los quehaceres del Estado, dentro del marco riguroso del Derecho que nos rige.

El momento que vivimos es crucial. Somos los llamados a realizar un cambio histĆ³rico.

Y ese llamado se impone con la fuerza de la voz del pueblo que demanda desde las urnas una enorme obligaciĆ³n a toda la clase polĆ­tica, lo que incluye, por supuesto, a los tres poderes de la RepĆŗblica.

Es el momento de dejar atrĆ”s las viejas prĆ”cticas que tanto nos cobra, y con toda razĆ³n, el pueblo costarricense. AquĆ­ no hay distingos entre oficialismo y oposiciĆ³n: si una vez mĆ”s la clase polĆ­tica falla, el paĆ­s se podrĆ­a desmoronar. Nos estamos viendo ante un espejo cuya imagen no nos gusta, porque nos presenta dos caras que no parecen conciliarse.

En ese espejo nos encontramos ante el rostro de un paĆ­s cuyo nivel educativo habĆ­a sido ejemplar en la regiĆ³n latinoamericana, pero cuya calidad de la educaciĆ³n se ha ido deteriorando, lo que compromete, a mediano y largo plazo, la prosperidad de nuestra naciĆ³n.

El Octavo Informe del Estado de la EducaciĆ³n nos ha confrontado con esa dolorosa imagen. La pandemia del Covid-19 causĆ³ un “apagĆ³n educativo” que cayĆ³ como un mazazo repentino sobre miles de niƱos, niƱas y adolescentes. Pero esto no hizo mĆ”s que evidenciar las diferencias que ya existen entre las zonas rurales y urbanas, entre quienes gozaban de conectividad a Internet y quienes no tenĆ­an acceso a la tecnologĆ­a que les permitiera seguir asistiendo a la escuela o al colegio desde sus casas.

En resumen, los menos beneficiados y la clase mƔs vulnerable de nuestra Patria.
No es casualidad que, en 2020, antes de la pandemia, cerca del 60% de las personas con edades entre los 18 y 22 aƱos dijera no haber finalizado la secundaria.

Vemos en ese mismo espejo el rostro de la gente trabajadora, de gente que se ha preocupado por formarse con la esperanza de que sus familias tengan el nivel de vida que anhelan, que se merecen, o que, a pesar de no contar con estudios formales, han utilizado su ingenio y su capacidad de trabajo para salir adelante.

Pero al mismo tiempo es el rostro de cientos de miles de personas que ven acabar el dĆ­a sin un empleo con el cual enfrentarse a las necesidades personales de la maƱana siguiente. Es tambiĆ©n el rostro de casi un millĆ³n de personas atrapadas en el empleo informal.

Es un paƭs cuyo suelo tiene la capacidad de alimentarnos a todos y a todas, pero es tambiƩn un paƭs donde el hambre se posa en la mesa de cientos de miles de personas, que no ganan lo suficiente ni siquiera para comprar los alimentos de la canasta bƔsica.

Es un paĆ­s cuya democracia bicentenaria, de comprobado arraigo en nuestra cultura cĆ­vica, ha cautivado a los pueblos del mundo. Pero a su vez, vemos en ese espejo en el que nos miramos, desapego y desconfianza de los partidos y la polĆ­tica tradicional, que no implica renuncia ni negaciĆ³n alguna a los valores democrĆ”ticos, sino que, por el contrario, expresa el deseo de una vivencia mĆ”s autĆ©ntica de la Democracia y supone una valoraciĆ³n mĆ”s genuina y trascendente de sus prĆ”cticas fundamentales.

La imagen reflejada es la de un paĆ­s que, a lo largo de las dĆ©cadas, ha construido una institucionalidad fuerte, robusta, pero que durante los Ćŗltimos aƱos ha visto, con vergĆ¼enza, con impotencia y con justo enojo, cĆ³mo las instituciones no han sabido brindar servicios pĆŗblicos de calidad ni limpiar sus estructuras del lastre infame de la corrupciĆ³n.

Las indignantes listas de espera de la Caja Costarricense de Seguro Social, las que por aƱos han sometido a miles de costarricenses, no solo es una violaciĆ³n sistemĆ”tica al derecho a la salud, sino que son humillantes y angustiantes para quienes la atenciĆ³n mĆ©dica significa vida o muerte.

Ni los fallos de la Sala Constitucional han hecho mover los cimientos de la Caja. 

Nos miramos con asombro en ese espejo porque no es la Costa Rica que deseamos.

No deseamos el paĆ­s donde las calles nos gastan el reloj de la vida en presas interminables.

No deseamos el paĆ­s de las zonas rurales que ven con tristeza y desamparo, a lo lejos, cĆ³mo las puertas del desarrollo y de la economĆ­a solo crecen en la zona central del paĆ­s.

Este es el espejo en el que nos estamos mirando todos y todas, costarricenses.

Un espejo lleno de contradicciones, de sueƱos que se niegan a formar parte de nuestra realidad, de sueƱos que no tienen los zapatos para correr y mucho menos las alas para volar.

Esas contradicciones son mĆ”s que cifras en estudios acadĆ©micos. Son mĆ”s que los alarmantes datos que, aƱo tras aƱo, nos da a conocer el Estado de la NaciĆ³n. Esas contradicciones nos duelen, nos lastiman.

Esas contradicciones hacen que la vida de nuestros ciudadanos sea mƔs dura, mƔs difƭcil de lo que deberƭa ser en un paƭs democrƔtico, pacƭfico y rico como el nuestro.

Esas contradicciones duelen en el pan ausente sobre la mesa, duelen en los y las jĆ³venes que deben tomar la difĆ­cil decisiĆ³n de dejar sus estudios para contribuir con el sustento familiar, o, peor aĆŗn, en los y las jĆ³venes que han caĆ­do en el agujero sin fondo de la drogadicciĆ³n, o que han pasado a engrosar las filas del crimen organizado.

¿Seremos, compatriotas, capaces de hacer historia?

¿Seremos capaces de llevar realmente a Costa Rica hacia el futuro que merece?

¿Seremos capaces de hacer que las personas que habitan en este gran paĆ­s vuelvan a soƱar, y no solo a soƱar, sino a tener la oportunidad de construir en realidad ese sueƱo?

Ese es el gran desafĆ­o que debemos vencer.

SĆ© muy bien que el reto parece durĆ­simo. ¡Y lo es! Pero, compatriotas, no caigamos en la trampa de la desesperanza.

No nos dejemos vencer por la oscuridad que algunos han querido vendernos, como si quisieran hacernos pensar que el cambio y el progreso no son posibles. Figuras prominentes de la clase polĆ­tica dirigente, con ligereza, y quizĆ” como excusa para no haber tomado las decisiones que correspondĆ­a tomar, nos han hecho creer que Costa Rica es un paĆ­s ingobernable.

¡No! No se trata de ingobernabilidad, sino de tomar las decisiones que son necesarias tomar, sin importar lo complejas y controversiales que puedan llegar a ser.

Es una cuestiĆ³n tambiĆ©n de valentĆ­a, aunque estas decisiones vayan en contra de los intereses de pequeƱos grupos, los que han utilizado su influencia y poder para beneficiarse por medio de polĆ­ticas pĆŗblicas que no han hecho mĆ”s que disminuir el bienestar de la mayorĆ­a.

“La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanĆ­a de nadie”, nos dijo JosĆ© MartĆ­, con palabras que nos hablan no desde el pasado, sino desde una actualidad tremenda, desde la lucha permanente por el anhelo del bien comĆŗn expresado en la voluntad ciudadana.

Tengo muy claro que si pongo por delante el faro de esa voluntad ciudadana nunca me perderƩ.

Si pongo por delante el camino que me han trazado cada uno de los hombres y mujeres que votaron por mƭ, y tambiƩn quienes no lo hicieron, jamƔs usarƩ la excusa de que este paƭs no puede gobernarse, porque la orden del pueblo es que gobierne.

Y que lo haga con liderazgo, con energĆ­a, con decisiĆ³n, con humildad, pero, sobre todo, con la convicciĆ³n de que cada una de mis decisiones y las de mi equipo tienen como guĆ­a una voluntad que ha hablado, que nos demanda, que nos exige actuar por el bien de la mayorĆ­a.

Digo esto, por supuesto, teniendo mĆ”s presente que ninguno, que el cambio que exige el paĆ­s no se trata de una ambiciĆ³n ni de un proyecto personal de un hombre llamado Rodrigo Chaves, sino del rescate de una democracia, y eso nos compete a todos.

En la extensa historia de mĆ”s de 200 aƱos de vida democrĆ”tica del paĆ­s, este posible accidente histĆ³rico, este, para muchos, impredecible revĆ©s de los Ć³rdenes polĆ­ticos viene a plantear la posibilidad de cambiar definitivamente el curso de nuestras vidas.

Como dijo Margeret Mead, “Nunca dudes de que un pequeƱo grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo Ćŗnico que lo ha logrado”.

Este cambio no puede ser alcanzado por la voluntad de una sola persona, sino por el carƔcter de los miles de costarricenses que, con su trabajo honrado y entrega incuestionable, construyen la patria dƭa con dƭa.

Costarricenses que han demostrado incontables veces la grandeza de su espƭritu, al dejar en alto nuestro paƭs en las disciplinas mƔs variadas del deporte, en las formas mƔs bellas del arte y en los mƔs innovadores de los descubrimientos e investigaciones cientƭficas.

Costarricenses que, desde las mƔs diversas y complejas condiciones, el dƭa de hoy procuran, con el mejor de sus esfuerzos, con la franqueza de sus acciones y el compromiso de sus labores, el sustento honrado de sus mesas y la modesta tranquilidad de sus familias.

SƩ que en este momento muchos de estos valientes costarricenses deben estar viendo o escuchando este discurso desde sus hogares, preocupados mƔs por el hambre que arremete contra sus cuerpos que por la posible virtud que puedan encontrar en las palabras de este servidor que hoy les habla.

Estoy consciente de que mi elocuencia debe ser la mejora de las condiciones de miles de costarricenses y no la belleza de un discurso.

SƩ tambiƩn que muchos otros, desencantados por el fantasma de las ilusiones incumplidas de gobiernos anteriores, no se tomarƔn la molestia de acompaƱar con oƭdo atento las palabras sencillas de este hombre que hoy decidieron nombrar con tan alto honor.

A todos ustedes me dirijo y les digo, vƩanme como lo que soy, un instrumento humilde para cumplir con el mandato del pueblo, un pueblo que unido puede lograr el cambio inaplazable que nos impone la historia.

Vean en mĆ­ a un consejero, el cual, en el uso total de sus facultades, procurarĆ” no menos que lo mejor en la administraciĆ³n de este Gobierno que nos une a todos y a todas, y ninguna otra cosa mĆ”s que un futuro de paz, dignidad y trabajo para las generaciones venideras.

Vean en mĆ­ un facilitador, quien, por medio de un diĆ”logo respetuoso y atento, buscarĆ” la conciliaciĆ³n de un pueblo que hoy se encuentra dividido entre diputados, sindicatos, empresarios e instituciones que por aƱos han minado el desarrollo los unos a los otros para obtener algĆŗn beneficio a costa de la mayorĆ­a.

Hoy les digo que la idea que nos quieren vender de una casa ordenada se esfuma ante la realidad del paĆ­s.

¡La realidad es muy distinta y es una realidad que nos resulta innegable! Por mĆ”s que algunos quieran continuar estafĆ”ndonos.

Hoy enfrentamos con valentĆ­a la inminente obligaciĆ³n de reparar el paĆ­s y luchar con la convicciĆ³n de que Dios nos ampara y que es solo por medio del trabajo honrado de nuestras manos y no por el espĆ­ritu indolente del conformismo que lograremos construir una patria digna para nuestros hijos e hijas.

No solo vamos a ordenar la casa. ¡La vamos a reconstruir!

¡Este es el signo de nuestros tiempos, es la urgencia inaplazable por el cambio, el grito sordo de una democracia que no dejaremos desaparecer!

¡No voy a aceptar la derrota, no tenemos por quĆ© aceptar la derrota!

No la aceptarĆ© nunca porque sĆ© que la riqueza de este paĆ­s va mĆ”s allĆ” de su diversidad ecolĆ³gica; va mĆ”s allĆ” de su cultura y tradiciones Ćŗnicas en el mundo; va aĆŗn mĆ”s allĆ” de su historia irrepetible.

Es su pueblo el que hace rico a este paĆ­s.

Mi pueblo, ustedes son los que agrandan nuestra patria.

Pueblo que conoce tan bien como yo que existe una necesidad de mƔs empleo, de bajar el costo de la vida, de mƔs tranquilidad en nuestros hogares y calles, de volver a soƱar, de volver a confiar, de volver a creer que todavƭa existen lƭderes polƭticos que procuran lo mejor para el paƭs.

¡Es la necesidad fundamental de una patria como la nuestra! ¡Es la certeza llana de que nuestra democracia es fuerte y de que no serĆ” abatida!

Costa Rica es una gran fuerza colectiva que late como un corazĆ³n lleno de esperanza.

Esta fuerza colectiva palpita en cada esquina de nuestra naciĆ³n, en la prisa permanente de las calles, en el oleaje mercantil de los puertos, en las oficinas y su vaivĆ©n de papeles y computadoras, en la brisa dulce del campo que nos alimenta, en el cĆ”lido aroma del hogar donde se crĆ­an nuestros hijos e hijas.

A esta juventud me dirijo y les digo: ¡JĆ³venes! SĆ© que deben estar cansados de escuchar que son el futuro de la Patria, cuando su futuro les viene hipotecado desde la cuna.

Una niƱa nace hoy en Costa Rica y, en lugar de llevar un bollo de pan bajo el brazo, lleva un pagarĆ© firmado con una deuda de miles de dĆ³lares.

A esos jĆ³venes les vamos a deshipotecar el futuro. Construiremos su maƱana con un presente prĆ³spero y lleno de oportunidades.

Mujeres, ustedes son parte de ese latir incesante de la Patria.

No toleraremos el acoso que sufren cada dĆ­a y en todos los espacios de la sociedad.

No es posible que las mujeres tengan miedo de andar solas en la calle, no es posible que las mujeres sientan miedo en su propio hogar, en su propio trabajo, en un parque, en un concierto.

Por eso, mi primer compromiso polĆ­tico como presidente electo serĆ” detener la discriminaciĆ³n y el acoso contra todas las mujeres en todos los Ć”mbitos de nuestra patria.

A los adultos mayores, fuerza inextinta de nuestra naciĆ³n, les debemos mĆ”s de lo que podrĆ­amos nombrar porque los beneficios que hoy gozamos como paĆ­s son fruto de sus esfuerzos.

No serƔn abandonados mƔs, porque merecen una vejez justa, ustedes quienes con su labor construyeron las bases de esta su Patria.

A nuestros pueblos originarios, que dichosamente hoy, por primera vez en la historia costarricense, cuentan con la representaciĆ³n de una diputada indĆ­gena, les quiero decir: ¡SerĆ”n incluidos! Repararemos esa deuda histĆ³rica que nos llena de vergĆ¼enza y que nos ha separado como si fuĆ©ramos distintos, cuando en realidad somos todos costarricenses con anhelos y esperanzas comunes.

A la poblaciĆ³n LGBTIQ le aseguro que no vamos a retroceder en el reconocimiento de los derechos que han logrado a lo largo de sus luchas por la equidad y el aprecio por la diversidad, luchas que yo respeto y que garantizo seguirĆ”n incĆ³lumes en sus victorias.

A las universidades pĆŗblicas, origen de gran parte de la fuerza que ha movido el paĆ­s y que, no dudo, nos posicionarĆ” en lugares inimaginados, les digo: respetamos su autonomĆ­a, pero tambiĆ©n reconocemos que autonomĆ­a no significa ni permite despilfarro.

Es una ardua tarea la de forjar el futuro de la juventud, que requiere eficacia y eficiencia en el uso de los recursos pĆŗblicos.

A los empleados pĆŗblicos les digo que la responsabilidad de sus posiciones carga el peso de darle a la patria el compromiso y dedicaciĆ³n de servir a sus conciudadanos y apoyarlos, pero que sepan que el abuso y el aprovechamiento no serĆ”n tolerados.

Al sector privado, fuerza primordial del motor de nuestra economĆ­a, les digo: les dejaremos trabajar.

Quitaremos tambiĆ©n los obstĆ”culos que histĆ³ricamente han impedido a los y las emprendedoras tomar el lugar que se merecen como piezas clave del desarrollo del paĆ­s.

SĆ­ les dejaremos trabajar, pero tambiĆ©n les decimos a aquellos empresarios que han extraviado el norte de la Ć©tica: ¡No corrompan a nuestros funcionarios!
¡Eso no lo permitiremos! Tampoco esperen que el Gobierno les regale a algunos lo que es de todos: ¡Se acabaron los monopolios privados! Se acabaron los privilegios de las polĆ­ticas pĆŗblicas para favorecer a unos a costa de la mayorĆ­a.

A los inversionistas, el paĆ­s se hace responsable de sus deudas, nunca hemos fallado en pagar, haremos lo que tengamos que hacer para honrar nuestras obligaciones con nuestro pueblo, con nuestros empleados pĆŗblicos y con nuestros acreedores.

A nuestros sindicatos, les recordamos que el tema no es gobierno o sector privado, sino una bĆŗsqueda ecuĆ”nime pero firme del bienestar de todas las personas que laboran en el paĆ­s.

Las fuerzas de la oposiciĆ³n tambiĆ©n son fuerzas del pueblo. Son tambiĆ©n ese latido comĆŗn que nos une como paĆ­s.

Construyamos puentes que recuperen la tan lastimada confianza del pueblo en sus lĆ­deres polĆ­ticos.

DemostrĆ©mosle a Costa Rica la mayor valentĆ­a de todas: la capacidad de sentarnos a la mesa, mirarnos a los ojos con transparencia y llegar a consensos que le traigan paz, tranquilidad y desarrollo a nuestra naciĆ³n.

TambiƩn tengo algo que decirles a quienes usan nuestro territorio como puente para exportar y almacenar drogas: dense por notificados.

¡Busquen otro territorio! No toleraremos su presencia en nuestra patria.

A los corruptos, a los que dirigen el crimen organizado, a los que atemorizan a nuestra ciudadanĆ­a en las calles, no les daremos tregua.

Si el estado no puede garantizar la seguridad de sus habitantes, hemos fracasado como paĆ­s, y el fracaso no es admisible para quien sirve a la Patria con amor.

A la comunidad internacional, le recordamos que nuestra tradiciĆ³n es y serĆ” pacifista.

En Costa Rica, gracias a Dios, no existe un solo soldado armado y adiestrado como tal, no tenemos un caĆ±Ć³n, menos un tanque de guerra o un aviĆ³n de combate, ni barcos artillados o acorazados surcan nuestros mares.

No somos una amenaza militar para absolutamente nadie.

Y es en fidelidad a esta tradiciĆ³n pacifista y civilista, que llamamos a las potencias del mundo y demĆ”s gobiernos a un compromiso real por la Concordia, La razĆ³n, La Paz y el respeto por la Dignidad humana.

Oremos por la soluciĆ³n pacĆ­fica de la guerra de Rusia contra Ucrania.

A ustedes, a todos ustedes, me dirijo parafraseando al poeta T. S. Elliot, diciƩndoles que lo que muchas veces llamamos el comienzo es a menudo el final y que llegar a un final es muchas veces volver empezar.
Es decir, el fin de un gobierno se convierte en nuestro punto de partida.

Con el temor de Dios, que considero es la base para la sabidurĆ­a de un gobernante, les termino diciendo:

Este es nuestro tiempo. Estamos trabajando, decidiendo, mejorando.

¡Costa Rica, lo mejor estĆ” por venir!

Que Dios les bendiga y que Dios bendiga a Costa Rica.

Que vivan siempre el trabajo y la paz. 

Muchas gracias.

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