LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Redacción).- Y entre las calles del
viejo San José —y en los recuerdos de muchos goicoecheanos— aún resuena la
figura de Marito Mortadela, con su guitarra diminuta, su sonrisa tímida y ese
canto extraño que era más ternura que melodía.
Marito no fue político, ni
empresario, ni influencer.
Fue un hombre humilde,
hijo de barrio, de esos que nos recuerdan que la verdadera riqueza no está en
la ropa ni en el cargo, sino en el alma.
Dicen que nació en
Goicoechea, y aunque su vida lo llevó a recorrer el centro de San José, muchos
lo recuerdan subiendo o bajando nuestras cuestas, saludando, riendo, y con ese
“ñeee” que se volvió su marca, su manera de decirle al mundo: “aquí estoy, todavía
canto, todavía vivo.”
Cuando murió, un 10 de
octubre de 2014, Costa Rica entera se estremeció
Porque con él se iba más
que un personaje urbano: se iba una parte de nuestra identidad sencilla, de ese
país que alguna vez entendió que la felicidad no depende del saldo en el banco,
sino de poder caminar libremente, saludar a los vecinos, sonreírle a la vida,
aunque no haya mucho pan en la mesa.
Marito Mortadela
representa la humildad del pueblo de Goicoechea: esa mezcla de lucha, humor y
resistencia cotidiana.
Era el reflejo de muchos
que trabajan sin descanso, que viven con poco pero dan mucho, que son capaces
de alegrar la calle con una mirada o una palabra amable.
Su guitarra de juguete
sonaba como una metáfora viva de nuestra gente: puede que no tengamos los
grandes escenarios, pero tenemos corazón, tenemos ritmo, tenemos alma.
Hoy, al recordarlo, no se
trata de romantizar la pobreza, sino de reconocer la dignidad.
De entender que detrás de
cada persona humilde hay una historia que merece ser contada, una batalla
silenciosa que vale tanto como cualquier triunfo político.
Marito no pedía más que
ser escuchado, y en su canto improvisado había una lección profunda: “aunque no
me entiendan, no me callo.”
Desde La Voz de Goicoechea, queremos rescatar su memoria porque él también fue voz.
Una voz sin micrófono, sin
título, pero con autenticidad.
Y en tiempos donde muchos
confunden el éxito con el ruido, recordar a Marito Mortadela es recordarnos que
la grandeza también camina descalza, con una guitarra de lata y un corazón de
oro.
Goicoechea no solo está
hecha de montañas y calles empinadas, sino de personas como él: sencillas,
honestas, nobles.
Personas que no necesitan
que las aplaudan para dejar huella.
Y si hoy levantamos la
vista y escuchamos con atención, tal vez aún podamos oírlo, allá entre el
murmullo de la ciudad, tarareando bajito:
“ñeee… ñeee…” como quien canta por todos nosotros.
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